
En momentos en que se exalta el poder, la autosuficiencia y el éxito material como sinónimos de felicidad, la enseñanza de Jesús sobre la pobreza en espíritu parece contracultural y hasta paradójica.
Tanto la fe como la ciencia coinciden en que la verdadera plenitud no surge de la arrogancia ni del dominio, sino de la humildad, entendida como apertura, realismo y capacidad de reconocer nuestro lugar en relación con Dios y con los demás.
Serie: Jesús y la felicidad
"Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5:3).
Con estas palabras, Jesús inició el Sermón del Monte. Y no fue casualidad. Poner la humildad espiritual en primer lugar es como colocar la piedra angular en una construcción: sin ella, todo el edificio se derrumba.
En la cultura moderna, “ser pobre” suele asociarse con carencia y debilidad. Pero Jesús no habla de pobreza material, sino de una actitud interior de apertura y dependencia, la conciencia de que no tenemos todas las respuestas y que necesitamos a Dios y a los demás. En términos psicológicos, esto es humildad.
La humildad, correctamente entendida, es la conciencia realista de nuestras fortalezas y limitaciones, acompañada de una apertura para aprender, servir y reconocer el valor de los demás sin caer en la autonegación ni en la soberbia.
No es pensar menos de uno mismo, sino pensar menos en uno mismo. Implica saber quién soy, aceptar lo que soy, y no usarlo para rebajar a otros ni para elevarme por encima de ellos.
En muchos países latinoamericanos, sin embargo, la palabra “humilde” se usa de forma distorsionada para describir pobreza material (“viene de una familia humilde”), sumisión excesiva o falsa modestia.
Así, una persona que se expresa con seguridad, establece límites y vive con dignidad muchas veces se etiqueta como “orgullosa” o “no humilde”, cuando en realidad puede estar practicando una humildad genuina: reconocer su valor y el de los demás, sin rebajarse ni inflar su ego.
Mantener la identidad personal y valores
La psicología familiar lo llama diferenciación: mantener la identidad personal y los valores propios sin ceder a la presión social o emocional.
La ciencia confirma que la humildad no es un signo de debilidad, sino un indicador de fortaleza emocional. Investigadores como Rowatt et al. (2006) demostraron que la humildad está asociada a mayor bienestar subjetivo, capacidad de perdón y relaciones más profundas (Journal of Positive Psychology, 1(4), 227–235).
En otro estudio, Davis et al. (2011) encontraron que las personas humildes son más abiertas a aprender de sus errores y a construir vínculos sólidos, reduciendo así los niveles de estrés y conflicto (Journal of Positive Psychology, 6(3), 239–252).
El Estudio de Harvard sobre el Desarrollo Adulto, que lleva más de 85 años observando la vida de cientos de personas, ha concluido que las relaciones auténticas son el predictor más sólido de salud y felicidad. La humildad es el terreno fértil donde esas relaciones crecen, porque nos hace accesibles, empáticos y receptivos.
En última instancia, la pobreza en espíritu nos libera de la ilusión de autosuficiencia. Nos recuerda que la plenitud no está en lo que acumulamos, sino en la capacidad de recibir -de Dios y de los demás- y en vivir en comunidad. Es un principio que la ciencia valida, la filosofía honra y la fe celebra.
Referencias
- Rowatt, W. C., et al. (2006). “Associations between humility, spiritual transcendence, and forgiveness.” Journal of Positive Psychology, 1(4), 227–235.
- Davis, D. E., et al. (2011). “Relational humility: Conceptualizing and measuring humility as a personality judgment.” Journal of Positive Psychology, 6(3), 239–252.
- Waldinger, R., & Schulz, M. (2023). The Good Life. Simon & Schuster.
Les invitamos a leer: Jesús y la ciencia del bienestar: un encuentro inesperado
Etiquetas
Yovanny Medrano
Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz