Los ojos bien abiertos

Los ojos bien abiertos

Los ojos bien abiertos

Roberto Marcallé Abreu

Este domingo 15, día de las elecciones municipales, debería apreciarse como una maravillosa celebración en la que el dominicano decide escoger a quiénes ocuparán en su representación los gobiernos municipales.

Y, por supuesto, como evento previo a la elección de las figuras fundamentales que deberán orientar los destinos nacionales en el periodo que se inicia el próximo 16 de agosto.

Debería tratarse de una fiesta, la llamada “fiesta de la democracia”. No lo es, sin embargo. La atmósfera está saturada de nubes oscuras, expectativas y presagios. ¿Se puede confiar ciegamente en este proceso electoral? Si consideramos las maniobras de un oficialismo que se niega de forma feroz a abandonar un poder manchado con sus inconductas, entonces, es preciso sentirse preocupado. Profundamente.

Quien examina las diversas facetas el proceso electoral dominicano, de inmediato descubre el número inusitado de variables complejas que lo integran. Su costo es desorbitado.

Muchos de sus indicadores (manipulación del voto, calidad del votante, listados, selección e integración de las mesas electorales, legislación electoral, dominicanos residentes en el exterior en capacidad de votar) representan un estímulo para la manipulación, el desliz y el fraude.

La presencia retorcida del oficialismo en los intentos por trastornar el proceso ha resultado más que evidente. Vínculos secretos y favoritismo con figuras en capacidad de tomar graves decisiones, entregas tardías de los recursos, uso escandaloso de los dineros y obras del Estado para proveer financiamiento ventajoso a sus favoritos, dispendio de verdaderas fortunas a fin de retorcer las preferencias del electorado, otorgamiento de miles de cédulas a personas de otra nacionalidad, manipulación de las primarias, suspensión de las elecciones municipales. Estas son, apenas, algunas de sus manifestaciones.

Otro factor importantísimo que viene a agregarse a este complejo estado de cosas es el derivado de la pandemia del coronavirus que ha provocado un gran desquiciamiento en todas partes y cuya presencia ya está entre nosotros. Esa pandemia, es de conocimiento universal, ha forzado el cierre de países (Italia, España), parálisis social y económica, estados de emergencia.

¿Qué puede ocurrir en la República Dominicana?
Unas autoridades que han sido capaces de verdaderos horrores contra el país y los ciudadanos, siempre en provecho de sus propios intereses y que son coparticipes de proyectos geopolíticos y prácticas abiertamente antinacionales, no vacilarían en utilizar esta tragedia para neutralizar a quienes les adversan haciendo uso de toda clase de disposiciones y medidas por arbitrarias éstas sean.

Así se nos presenta, en contadas palabras, el panorama nacional este día de elecciones municipales. Debemos comprender el riesgo que corremos en caso de no abandonar muchos temores y, por desidia, miedo, inseguridad o simple despreocupación, permitir que prosiga incólume el actual estado de cosas.

Si nos refugiamos en las cuatro paredes y no salimos a dar la cara vamos a perder el país que nos cedieron con sangre y sacrificios descomunales nuestros héroes, patriotas y mártires. Debemos asumir nuestra responsabilidad, y derrotar la arrogancia, la altanería, la depredación y el desafuero con el voto vertido de manera masiva e indeclinable en las urnas.

Y permanecer con los ojos bien abiertos. No dejarse arrastrar por rumores, mentiras y perversidades de cualquier naturaleza cuyos orígenes son presumibles.

El propósito es gritarle un “se van” a quienes han empeñado la Patria, a quienes han promovido un estado de corrupción sin precedentes, a quienes mantienen en un estado de postración, miseria y hambre a la gran mayoría del pueblo dominicano.

Ese es y debe ser el objetivo esencial en este momento. Sin que importen los sacrificios que sean necesarios hacer. No se trata de una simple advertencia, sino de una situación riesgosa y delicada.



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