Tal como afirmaba en dos artículos anteriores, en el siglo XVIII y parte del XIX pasamos del tutelaje a la autonomía de la razón.
Aquí los museos dejaron de ser proyectos privados, convirtiéndose en proyectos públicos de carácter nacional.
En la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del XX, pasamos del tutelaje estatal a la autonomía institucional. Los museos son coordinados por el Estado, pero con gran tendencia a manejarse con autonomía política a nivel institucional.
Pero manteniendo una fuerte dependencia económica del Estado, porque no se han dinamizado socialmente en nuestra democracia los procesos de desconcentración y descentralización.
A finales del siglo XX y lo que va del siglo XXI comienza a sentirse como necesidad impostergable que las instituciones culturales se actualicen en esta dinámica de desconcentración y descentralización, y asuman la autonomía económica, dejando de ser instituciones dependientes del Estado y ser instituciones autogestionarias, económicamente hablando.
El Estado siempre será el ente coordinador y regulador de las instituciones culturales. Perola tendencia es que estas comiencen a vivir la etapa de autogestión, para convertirlas en instituciones culturales madurasen el aspecto económico, y produzcan los recursos con los que sustentarse; además de crecer, e incluso aporten al Estado una parte de sus recursos autogestionados.
Ya tiene poco sentido que los museos no puedan tener su propia autonomía de gestión económica y dependan del Estado en lo más mínimo para su diario funcionamiento, con el obvio deterioro de muchas de sus instalaciones, colecciones y obras.
Las tesis, investigaciones y sobre todo la práctica del quehacer museográfico a nivel mundial, va resaltando la inclinación creciente de autogestión económica de los museos.
No abogo por prescindir de la regulación, fiscalización, supervisión y arbitraje del Estado en el seguimiento a las instituciones culturales. Pero que las instituciones culturales dependan en todo de las erogaciones económicas del Estado, es un modelo agotado y en crisis para exigir un crecimiento hacia nuevos estadios de independencia y autogestión económica, de manera que las instituciones culturales dejen de ser parasitarias económicamente, y se conviertan en entes solventes de su propia economía, que más bien aportaría recursos al Estado, en vez de demandar permanentemente de este lo más indispensable para su existencia.