Cuando como náufragos sin orillas a las que llegar, descompensados, impotentes, desprotegidos, desmoralizados, etc., rendimos nuestras expectativas ante las furias del mundo que nos rodea, insoportable en nuestra soledad y vacíos.
Cuando descubrimos las falsedades y fantasías de nuestras primicias, y bruscamente las cambiamos por las alucinaciones químicamente producidas por las drogas que ese mismo mundo nos provee, pareciéndonos estas una alternativa escapista coherente con dicha ecología social; lo que no ocurriría, sí previo a esas circunstancias no sucumbiéramos ante la hipnosis del autoengaño y la evasión, por no asumir, por lo menos, con actitud opuesta, la lucha por una revisión de la naturaleza y expansión de nuestros enajenamientos y de la deshumanización del mundo actual.
No ocurriendo lo anterior, vivir en la simulación, para y por las apariencias, tendrá un elevado costo en nuestra salud social, impidiéndonos ser, suplantándonos primero antes nosotros mismos, luego ante los demás, anulándonos recíprocamente según actuamos adaptándonos a irrealidades dentro del cerco de sus olas o de las marañas de artificios que minan toda credibilidad y seguridad de que algo sea o pueda o no ser cierto; lo que cuestiona a la sociedad y a la civilización, según el catecismos cívico escolar, resultando estar alojados en ellas, como sus ingenuos prisioneros, cada cual en su “celda privada”, tenidas como un privilegio por esa particularidad, a la que asociamos la esperanza vana de propiedad del bienestar y de la libertad más individualizadas, siendo supuestos ficticios y atomizadores explosivos, sin que se materialicen jamás, pero que nos destruyen siempre, sembrando ilusiones e hipotecas.
Tenemos que inventar nuevos contenidos para los anteriores conceptos, revolucionándolos, para lo que hemos de ser realistas, connaturalizándonos, lo que exige tantos y más Juan (el) Bautista, que Salomé (s) quieran sus cabezas y Herodes hayan que festivos las complazcan. ¿Cómo levantamos desde un pequeño promontorio de arena un dique contra el mar? ¡Proponiéndonoslo!
Algo muy malo, como la peste negra, nos abate sin contratacarle. Cuando a mediados del siglo XVIII, nuestra república no existía y lo que es hoy Estados Unidos entonces convivía en su condición colonial en paz con Inglaterra como su metrópolis (exceptuando el bostoniano Bunker-Hill, defendiendo una ilegalidad que daría origen a la nación más poderosa en la historia), en el viejo mundo, el Bovarismo existía y evolucionaba como mal del siglo, como una pandemia, desde antes de que Gustave Flauvert lo condensara entorno a la vida de Enma, sus transiciones, torbellinos, insatisfacciones, simulaciones y otros perfiles externos, sociales, sensuales y emocionales hoy comunes, con los que ella descubriéndose y desconociéndose igual, se enajenaba, en una de las novelas más exitosas en la literatura mundial.
¿Por qué? Madame Bovary es el retrato conductual anticipado de nosotros mismos actualmente. El Bovarismo es el fenómeno característico de nuestro ansioso tiempo.
No es una ideología, es una psicología invasiva, común a todas las clases sociales y a ambos géneros, a las que arrastra la evasión de la realidad por cada quien, insatisfecho, produciendo el vértigo de Enma y justificándolo, retrato anticipado de todos, el que no fue “culpa de la fatalidad” como el mismo Flauvert consignara en el capítulo final de su obra, sino resultado fascinador y destructivo que esa fatalidad conduce en su coche.