*Por Víctor Féliz Solano
Santo Domingo de Guzmán siempre ha sido desde su fundación, el centro de la fe cristiana que ilumina al Continente Americano. Después de más de 500 años la fe sigue moviendo nuestra ciudad capital irradiando a los demás. ¿Pero qué es la fe? El apóstol Pablo enseñó que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Todo empeño que se desarrolla con denuedo y el propósito expreso de alcanzar algo está, obviamente, basado en la fe.
A pesar de que los problemas citadinos nos arropan y en algunos casos hasta nos abruman, nunca perdemos la fe de que en algún momento las cosas cambiaran. Nuestro Distrito Nacional esta permeado de matices muy característicos y que nos identifica de forma especial. Lugares y sonidos emblemáticos son parte de ello.
En los últimos 25 años en honor a la verdad, las cosas han cambiando mucho, pero de inmediato nos llega a la cabeza la pregunta ¿Para quién o para quienes han cambiado? Debemos llamar a la reflexión a cada uno de los habitantes de este “pedazo de tierra” que ocupa casi 100 kilómetros cuadrados de manera que saquen un espacio de tiempo en su ajetreada agenda cotidiana y se contesten la pregunta planteada.
De repente en los intrincados laberintos de nuestro cerebro lo primero que ha de llegar a la conclusión es que estamos llenos de rascacielos y enormes centros comerciales propios de un desarrollo económico, el cual, en principio, debe beneficiar a la ciudad.
Desde el punto de vista de desarrolladores urbanísticos que persiguen el lucro y el ego de ser autores materiales de la “transformación” de la capital, podría decirse que andamos muy bien, sin embargo, yo me inclino por el bienestar del ciudadano, del residente, del humano.
Sin menoscabo al esfuerzo realizado por grandes inversores de capitales que tienen fe en su país, a mi cerebro lo que llega son más y más preguntas. ¿Cuándo fue la última vez que se destinaron áreas verdes para grandes parques? ¿Cuándo fue la última vez que se construyó mega espacios para la cultura? ¿Cuándo fue la ultima vez que se realizó un plan de arbolado masivo en la ciudad? ¿Cuál fue la ultima vez que vi un programa de ampliación, construcción o mejora importante del alcantarillado de la ciudad? ¿Cuándo fue la ultima vez que vi por mis calles a decenas de niños montando bicicletas o patinetas? En realidad, son muchas preguntas.
Nos estamos olvidando de que la esencia de toda ciudad es el cúmulo de vivencias y añoranzas que se transmiten por generaciones. La pérdida de identidad, lo que ocasiona son frustraciones, desganes e indiferencias. Nos estamos “desindividualizando” por falta de ese sentimiento de propiedad que debe tener todo ser humano que vive en espacios comunes. La convivencia se pierde. La ciudad se enferma.
He ahí las razones por la intolerancia y falta de cortesía en calles y avenidas, el carácter alegre y sencillo se fue de vacaciones y al parecer, no quiere regresar.
Si yo eligiera un color para identificar la ciudad en que crecí, sería sin lugar dudas el “verde esperanza”, el que veo hoy, y no soy daltónico, es gris indiferente. Sin embargo, mantengo la fe. ¿Cuál son los colores de “tu” ciudad?