Los que vivieron con plena conciencia el paso del huracán David, el día 31 de agosto de 1979, no pueden olvidarlo. De acuerdo con los pronósticos iniciales, tocaría tierra en Barahona con una fuerza inusual.
Pero se “detuvo” en el mar Caribe, al sur de la capital dominicana, y cuando empezó a desplazarse de nuevo, entró a tierra como un huracán de categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson y el ojo, que era esperado en Barahona, tocó tierra en la provincia de San Cristóbal.
Una importante franja habitada, desde Baní hasta la capital, recibió el impacto directo de vientos en algunos casos cercanos a los 300 kilómetros por hora.
Ayer se cumplieron 43 años del poderoso impacto de David en campos y ciudades en los que dejó cientos de miles de damnificados destrucción y daños materiales en obras públicas y privadas.
¿Sirve de algo la rememoración del paso de este poderoso meteoro? Sin duda.
Vivimos en una ruta común de las grandes tormentas tropicales y estas manifestaciones de la naturaleza deben ser tomadas en cuenta en la construcción de obras públicas y al permitir establecimientos humanos en lugares por los que han pasado ríos, arroyos, cañadas o a donde están supuestas a ir a dar las descargas inusuales de las aguas que acompañan a los huracanes, que no están hechos sólo de vientos.