La misma relevancia que adquiere la desconectividad, en términos espaciales, para la modernización actual o posmodernidad la va a adquirir, en términos de tiempo, la idea de simultaneidad, convirtiéndose en elemento cohesionador de la historia presente.
El mundo posmoderno está marcado por una celebración paradójica y orgiástica del presente, que se pretende perpetuo, cuando en la filosofía, estrategia, vínculos sociales y práctica de vida lo cierto es que ese presente cobra sentido, apenas como el pasado de nuestro futuro, porque habrá de ser reemplazado por un presente nuevo.
En la posmodernidad y en función de su culto a la caducidad, a lo evanescente el para siempre desaparece de la percepción de la temporalidad.
Bauman (2014, pp.227-228) afirma que “Nada puede hacerse para siempre. El conocimiento que adquirí hoy será mañana totalmente inapropiado, cuando no mera fruslería.
Las habilidades que aprenda hoy, de poco me servirán en el mundo feliz de la tecnología y el know-how. El trabajo que conseguí ayer en dura competencia desaparecerá mañana.
La carrera laboral cuyos peldaños voy negociando se desvanecerá. Mis posesiones más preciadas, mi orgullo de hoy, se convertirán mañana en el gusto de ayer y en motivo de vergüenza.
La unión que he jurado cuidar y preservar se desmoronará y se disolverá mañana al primer signo de desafección mía o de mi pareja. Tal vez tenga una pareja ´de toda la vida´, pero ninguna será mi pareja ´hasta que la muerte nos separe; o, al menos, nada de lo que haga puede asegurar que así será.”
Con el auge de la revolución tecnológica, la comunicación y la hiperinformación concretizada en los macro datos (Big Data), la simultaneidad temporal se va a convertir en instantaneidad, el espacio se transformará en ubicuidad virtual y el pensamiento cualitativo se va a reducir, en buena medida, al cálculo, a la adición.
En su propia ambigüedad, no obstante, la posmodernidad tiene la capacidad de reciclar el pasado y, muchas veces por impulso nostálgico, convierte lo obsoleto o preterido en objeto de culto de la moda presente.
Aun así, lo esencialmente característico de la modernización es el hecho de que en ella solo la transitoriedad es duradera. Sin embargo, lo que deja de ser no desaparece definitivamente. Tampoco hay desaparición para siempre. Esto se debe a un nuevo culto, el de la proliferación, saturación, contaminación, extenuación, exterminación y transparencia excesivas.
Citando a Baudrillard (1999) en su ensayo “La transparencia del mal”, Bauman resuelve esta ecuación en una sentencia del filósofo francés: “Ya no un modo fatal de desaparición, sino un modo fractal de dispersión”. La desaparición ha dado lugar a la dispersión, del mismo modo que lo factual ha sido invadido por lo fractal, lo virtual, lo intangible.
La irrupción del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 ha venido a confirmar esa mutabilidad, esa pertinencia del prefijo “hiper” en nuestra sociedad, ese reciclaje de elementos del pasado, que nos remontan a la mal llamada Gripe española de 1918 u otras epidemias anteriores, evidenciando la capacidad de reaparición mutante de algo que dejó de ser, pero que no desapareció definitivamente. Se trata, de la susceptibilidad de la especie humana a la morbilidad y letalidad cíclicas.
Con la incertidumbre y la modificación forzada del estilo de vida que esta pandemia arrastra como secuela queda reflejado que el tipo de organización social establecido por el poder económico y la costumbre, por la disrupción tecnológica y la inconciencia climática, que nos parecía tan seguro, pero a la vez tan insolidario e inhumano, probablemente esté viviendo el inicio de su propia desaparición.
La modernización habrá de cambiar. Esa pertinencia al cambio es una de sus múltiples facetas y ambigüedades.