A lo largo de la vida tienes la oportunidad de interactuar con diferentes tipos de personas. A pesar de que existen rasgos comunes que vienen dados por el entorno, creo firmemente que cada ser humano es único e irrepetible. Siempre hay algo que destaca o define a alguien que lo hace reconocible inmediatamente.
En este camino he tenido la suerte de coincidir con un “estilo” de persona que tiene un don maravilloso: son capaces de transformar las cosas sencillas en extraordinarias.
Cuando estás con ellas, te cuentan sus historias diarias, sus acciones más comunes de una forma llena de detalles, de entusiasmo, de anécdotas, de momentos… Y sólo puedes escucharlos y pensar cómo algo tan simple se convierte en algo tan increíble, cuando para ti normalmente es rutina o algo pesado.
Ahí te das cuenta de que no es el hecho en sí, es la persona, con su forma de ver la vida, de valorar cada cosa como algo especial, como un regalo que la vida le da para que lo disfrute o lo maneje con fuerza, dependiendo del caso.
Después de ahí, suelo ver las cosas de manera diferente; aprecio muchas que antes me pasaban desapercibidas. Eso me da unas ganas inmensas de sentir que mi vida, aun siendo sencilla en muchos aspectos, puede alcanzar ese sentir extraordinario que me ha transmitido esa persona.
Creo que rodearse de seres así, que son capaces de inspirarte a apreciar tu vida, a ver que tienes en tus manos la decisión de ver todo lo bueno, es uno de los mayores regalos.
Realmente puedo contar a esas personas con mis manos, pero gracias a Dios son cercanas y las puedo disfrutar a menudo y tomar esa inyección de vitalidad que el acelere del día a día en muchas ocasiones me quita.