Colonia, Alemania, 1970: Carol, una inglesa pelirroja, llama la atención de un apuesto tunecino de nombre Chedly. Hay una atracción mutua y sólo un problema: no hablan el mismo idioma.
La pareja intenta las primeras palabras de su incipiente romance en alemán, una lengua extranjera para ambos. Tres meses más tarde, están comprometidos y 46 años, tras hijos, nietos y algunas lecciones de inglés, todavía están juntos.
La historia de Carol y Chedly Mahfoudh es sólo una entre innumerables otras: parejas que se conocieron, se enamoraron y forjaron una relación a pesar de los obstáculos lingüísticos y culturales.
«El idioma, al poner un límite que puede ser transgredido, está lleno de potencial romántico«, escribe Lauren Collins, de The New Yorker, cuyas propias aventuras con el bilingüismo aparecen en su nuevo libro: Love in a Second Language («El amor en tu segunda lengua»), una mezcla de memorias humorísticas, historia de amor y exploración seria de la relación entre el lenguaje y el pensamiento.
Collins, nacida en Estados Unidos, y su marido francés, Olivier, pasaron sus primeros años como pareja conversando en inglés, pero no podían hacerlo en la lengua materna de él.
Después de una discusión particularmente delicada, en la que cada uno trató de esclarecer lo que el otro quería decir, Olivier se quejó: «Hablar contigo en inglés es como tocarte con guantes«.
Estimulada por el deseo de encontrar una conexión más profunda con su pareja, Lauren comenzó a aprender francés. Pero aprender un nuevo idioma mientras uno se sumerge en una cultura extraña tiene sus trampas.
«Mis esfuerzos en francés me dejan sintiéndome al mismo tiempo inerte y exhausta, como si hubiera estado nadando estilo perrito en una piscina de agua estancada», escribe.
Trabalenguas
Lauren Collins no está sola en esa experiencia.
«Me pareció muy frustrante y recuerdo sentir que la lengua me dolía al pronunciar vocales diferentes». Así es como Anna Irvin, quien se mudó a París en 2011 para vivir con su pareja francesa Christophe Sigal, recuerda la experiencia inicial de tener que hablar francés todo el día.
Esto también es característico del matrimonio de casi medio siglo de Carol y Chedly Mahfoudh. La negociación de las diferencias culturales ha demostrado ser un acto de malabarismo para ambos.
«Nosotros y cualquier otro matrimonio mixto tenemos que trabajar un poco más duro todo el tiempo para entender la mentalidad», del otro, asegura Carol. «Nunca estoy muy segura de si estoy molesta con él porque es tunecino, porque es francés, porque es hombre… ¡o sólo porque es viejo!», dice sonriendo.
Coincide Aneta Pavlenko, profesora de Lingüística Aplicada en la Universidad de Temple que ha conducido investigaciones sobre emociones en las relaciones bilingües, incluyendo la ira.
«Las diferencias se hacen particularmente agudas durante las discusiones, porque las discusiones son el momento en que se tiene el menor control del lenguaje, pero al mismo tiempo se necesita más para expresar las emociones», señala.
Incluso la forma en que las diferentes culturas perciben el enojo pueden afectar las discusiones, agrega Pavlenko, cuya lengua materna es el ruso.
«Hallé la brecha entre la ira inglesa y los dos conceptos rusos serdit’sia (molestar a alguien) y zlit’sia (estar enojado, irritado con alguien) algo difícil de manejar al principio», dice.
«La forma en que los psicólogos explican esto es que las situaciones desencadenan ciertos sentimientos en nosotros, pero la forma en que nombramos estas experiencias difiere dependiendo de nuestros idiomas nativos».
Esto significa que en una discusión cada palabra cuenta, lo cual tiene un beneficio sorprendente, explica Anna Irvin.
«Se ralentiza todo», explica. «Pero creo que en realidad eso puede conducir a una base más sólida. Te obliga a ser más cuidadoso sobre la forma en que hablas y lo que dices y cómo lo dices».
Todo es relativo
Aunque el catalizador para que Collins aprendiera un nuevo idioma fue el amor por su pareja, hizo mucho más, abriéndola a nuevas experiencias y perspectivas.
«El francés se convirtió en un romance paralelo para mí«, dice.
«No tenía manera de prever que el francés cambiaría los contornos de mis relaciones, que no siempre consideraría a las personas íntimas hasta que demostraran que no lo eran», escribe desde el principio en el libro «¿Un nuevo idioma realmente cambia la forma en que pensamos?».
La idea de que el pensamiento está afectado por la lengua -conocida como relativismo y determinismo lingüístico– ganó popularidad a mediados del siglo XX con la hipótesis de Sapir-Whorf.
Los seres humanos «están muy a merced del idioma particular que se ha convertido en el medio de expresión de su sociedad», escribió Edward Sapir.
Esta teoría se ha debilitado en gran parte: la teoría del universalismo de Noam Chomsky utilizó el hecho de que los niños son capaces de aprender cualquier idioma con la misma facilidad que tienen para negarlo, mientras que el lingüista y científico cognitivo Steven Pinker abundó sobre la teoría de Chomsky en The Language Instinct (1994), afirmando que la lengua era una facultad innata, más que cultural, del cerebro.
Neowhorfianismo
Pero en los últimos años ha surgido en algunos círculos científicos otra versión del relativismo lingüístico, llamado «neowhorfianismo«, con una mejor recepción.
Es más fácil maldecir en un segundo idioma, es más fácil decir ‘te amo’ en un segundo idioma, incluso si no puedes decirlo en tu primer idioma»
En lugar de creer que palabras intraducibles -como Kummerspeck y hygge– significan que vemos el mundo de maneras radicalmente diferente, más bien propone que ponemos un énfasis ligeramente diferente en las cosas dependiendo del idioma que estamos hablando, dónde lo hablamos y a quién.
Y aunque muchos lingüistas son escépticos al respecto, quienes son bilingües reportan que su personalidad se ve afectada por el idioma que están hablando, a menudo expresando un sentido de libertad mayor en su lengua no materna.
«En los idiomas que se aprenden más tarde en la vida, en la adolescencia, en la edad adulta, no tenemos la misma conexión con los aspectos emocionales particulares, como las palabras tabú», explica Aneta Pavlenko.
«Así que es más fácil maldecir en un segundo idioma, es más fácil decir ‘te amo’ en un segundo idioma, incluso si no puedes decirlo en tu primer idioma».
El libro de Collins es un argumento increíblemente atractivo y persuasivo para aprender el idioma de un compañero. Según ella, para aquellos dispuestos a probarlo, podría haber un resultado sorprendente.
«Sentí que había esta parte secreta de Olivier que nunca llegaría a conocer si no hablaba su idioma, pero la gran sorpresa, la gran alegría de aprender francés fue que había una parte secreta en mí también; o tal vez no es una parte secreta, tal vez sólo una parte nueva. Tal vez el francés la creó».