La idea sartreana del compromiso de la literatura con causas sociales y con los avatares ideológico-políticos de la sociedad misma, en nada ajena a la estética del realismo socialista, creó un paradigma que, en ocasiones y según ciertos teóricos desde entonces hasta los años 60 e inicios de los 80, redujo la invención literaria a la tarea de la función social del lenguaje.
A partir de la metáfora topológica y estructural de Marx, la literatura y el arte, en tanto que manifestaciones inscritas en las superestructuras, como la religión y las cuestiones ideológicas, quedaban supeditados o convertidos en reflejo de la función determinante de la estructura o base económica y las relaciones de producción dominantes en la sociedad, en un momento histórico concreto.
El río de tinta que hizo correr este falso problema anegó y obliteró la mentalidad de generaciones de escritores, artistas, críticos, intelectuales y lingüistas. La literatura habría de ser arma, instrumento del compromiso social, la ideología y la revolución. Los literatos de la revolución castraban el brote de los revolucionadores de la literatura.
Cuando la filósofa Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, inicia y concluye su ensayo sobre patriotismo y cosmopolitismo, resaltando la importancia de la emocionalidad de este último sobre la ideología del primero, lo hace en base al argumento de la novela del bengalí Rabindranath Tagore, premio Nobel de Literatura 1913, titulada “El hogar y el mundo”.
Escritores como Zola, Kafka, Borges, Kundera, Saramago o Houellebecq, entre otros, son referentes constantes en la monumental obra sociológica de Zygmunt Bauman, además de que en algunos casos, ciertos pasajes o personajes de las obras literarias se convierten en argumento central de sus reflexiones en torno a temas como modernidad, posmodernidad, modernidad líquida, ética, consumismo, tecnología digital y deshumanización, cultura online contra cultura offline, vigilancia digital, educación, la identidad y los flujos migratorios, entre otros temas que representan una radiografía del presente y una prognosis del futuro.
Riccardo Mazzeo, discípulo de Bauman, publicó en 2016 un libro titulado “Elogio de la literatura” (Gedisa, 2019), cuyo planteamiento central estriba en determinar el tipo de relación existente entre sociología y literatura, subrayándose que si bien su despliegue conlleva estrategias, métodos y herramientas distintos, en definitiva, resultan complementarios.
Hay, eso sí, un tema común para sociólogos y literatos: la experiencia humana como ser en el mundo que, en términos escriturales, implica la cercanía entre la biografía y la historia. En el diálogo, Bauman llega a afirmar: “Yo iré un paso más lejos, sugiero que la literatura y la sociología no son solo unas hermanas normales y corrientes, sino siamesas… y como tales siamesas comparten sus órganos digestivos y de alimentación, inseparables quirúrgicamente”. ¿Es así? Quizás sí; quizás no.
El análisis, que contrasta, solo analíticamente, imaginación y realidad, se interna en la degradación del lenguaje estético a consecuencia del apogeo del medio digital y sus dispositivos.
De ahí que las metáforas relevantes (Stefano Tani) del siglo XXI sean: pantallas, Alzheimer y zombi. Y su consecuencia ineludible: “Escribir -dice Mazzeo- es a la reflexión profunda lo que la red es a la fugaz superficialidad”. Sentencia de muerte, pues, para la “twitteratura” o tuiteratura.
Lo interesante de este diálogo es que alienta la complementariedad e interacción entre literatura y sociología, pero no desde las perspectiva ideológica e instrumental, sino más bien, desde el contraste simbólico entre imaginación y realidad, entre individuo creador y sociedad, pero a través de la experiencia humana, sea como dolor o felicidad, como angustia o fascinación, como guerra o paz.
Es la experiencia del ser en el mundo lo que nutre la literatura y la sociología.