¿Conviene a la literatura una escisión entre ingenio y análisis? Digamos, primero, que hay en lo ingenioso mucho de intuición o instinto, mientras que en lo analítico sobresale el raciocinio, eso que Kant llamó reservorio conceptual.
El espíritu analítico intelectualiza lo intuitivo e instintivo. Tanto el ingenio como el análisis son capaces de producir conocimientos y por ello, ambas facultades superan la erudición. Esta última no es sino meticulosidad organizativa y memoria.
¿Qué responder frente al interrogante anterior? Que hay todavía quienes afanosamente se empeñan en separar pensamiento y escritura. A este error le viene parejo otro: el de reducir el pensamiento al campo de la filosofía, con lo que a su vez se está reduciendo esta a la gnoseología o epistemología, amén de que se usurpa al filósofo con un fideísta o un filodoxo.
Contrario a todo ese disparatorio, se impone la concepción de la literatura en la que escritor es aquel individuo, aquella conciencia, aquel espíritu capaz de articular a través del lenguaje las facultades mentales del análisis y el ingenio.
La diferenciación que para ambas facultades establece Poe, de lo fantástico a lo imaginario, queda disuelta en la propia analogía. Pues, lo fantástico pasa a ser un género de lo imaginable. En tal caso, la literatura es pensamiento que se vale del análisis y del ingenio.
Es preciso dejar claro que ese pensamiento que consustancia el fenómeno literario como hecho de lenguaje, de lengua-cultura, podría establecer relación biunívoca, aunque no de radical pertinencia, con la realidad. Ese pensamiento, mixtura de análisis e ingenio, no tiene que ser desde dato empírico alguno, sino que más bien, puede edificarse sobre el ser o el no ser, el factum o la nada.
El hecho literario se vuelve intención respecto de un vacío referencial.
Como sugiere Malone, el personaje de Beckett, “Nada es más real que nada”. Si la literatura no tramonta, mientras desmonta, el hecho concreto, el dato, la referencia real; si no se propone ir más allá, superar verbalmente el mundo, entonces ha de quedar condenada al más burdo y elemental periodismo.
La universalidad y futurición de la literatura vienen dados en su necesidad de superar lingüísticamente y simbólicamente lo circundante. Sólo ese temple permite a la obra literaria crear su mundo desde, pero también, sobre el mundo.
Porque no hay relación isomórfica, a la manera de Wittgenstein, entre lenguaje y realidad. Tampoco hay, sino en cierta ensoñación retórica aristotélica, relación mimética entre lenguaje y naturaleza. Ambas son pretensiones de fundamentación ontológica del lenguaje, en contraposición a una teoría con ribetes científicos en torno al lenguaje mismo.
Monsieur Dupin es, en la medida que narrador narrado, escritor que mientras escribe se describe, un clarísimo ejemplo de cómo la escritura literaria es pensamiento y de cómo en este el análisis y la imaginación se imbrican.
Sólo un temperamento analítico y en consecuencia, verdaderamente imaginativo como el de Dupin, podía desmadejar la trama de «Los asesinatos de la rue Morgue», dando con el orangután asesino y el dueño de este (un marino de un barco maltés), enderezando así, mediante un análisis imaginativo, las informaciones ofrecidas por los diarios sobre el caso.
De esta forma, Poe legó un fragmento literario que, siendo analítico y sobre «lo analítico», pone en relieve la literatura de ideas, la literatura como pensamiento, sin menoscabo de la imaginación.
Y lo mejor, distante de las muchas veces estéril y agobiante erudición. Por desgracia, es el ansia de mostración de erudición lo que amenaza con volver artificialmente libresca y no radicalmente vital, la literatura actual.
Pierde la obra literaria si sacrifica lo ingenioso en favor de lo analítico, y viceversa.