Desde los años finales del siglo 18 hasta hoy son más, infinitamente más, los que se han beneficiado con vacunas que los perjudicados; porque no se puede olvidar que estos preparados son, después de todo, medicamentos, y que no importa las buenas intenciones y los esfuerzos puestos por los entendidos, los efectos indeseados pueden estar presentes.
Y así como puede haber individuos, o grupos de ellos, que por sus creencias, filosofía de vida o alguna otra razón, se niegan a ser inoculados con cualquier vacuna, no importa contra cuál enfermedad esté indicada, los hay que se oponen porque en todo ven el plan oculto de algún suprapoder para causar algún perjuicio.
Estos paranoides aprovechan hoy día las abundantes rutas abiertas para la comunicación colectiva para difundir leyendas contra esta variedad de medicamentos que, como llevamos dicho, han causado más, muchos más, beneficios que daños.
La pandemia del covid le vino como anillo al dedo a los divulgadores de leyendas contra las vacunas.
Además, el tiempo de encierro y el miedo colectivo causaron un salto en los programas habituales de vacunación, dirigidos a proteger a los más pequeños contra contagios prevenibles.
Y como ha dicho en unas declaraciones difundidas la semana pasada el presidente de la Sociedad de Vacunología, José Brea del Castillo, entre unos y otro, es decir, los paranoides y el covid, han sido la causa de que hoy día estemos hablando de nuevo de brotes de sarampión y tosferina.
Entre las más de veinte enfermedades que, según Brea del Castillo, pueden ser prevenidas con uno de estos preparados, se encuentran formas del cáncer cervical, una afección que cada dos minutos da cuenta de la vida de una mujer en el mundo.
Es penoso cuando las evidencias científicas atacadas son fantasías.