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Lecciones de resiliencia para la vida laboral

Para nosotros, los administradores, la vida laboral se asemeja a navegar en mar abierto; navegamos por aguas tranquilas, pero también nos enfrentamos a tormentas inesperadas. En mi trayectoria laboral, he podido observar que lo que realmente diferencia a una empresa que sobrevive de una que prospera no es su tamaño, sino su capacidad de adaptación y resiliencia.

Recuerdo una ocasión, mientras trabajaba en una institución financiera, cuando una falla en el sistema afectó la entrega de servicios a nuestros clientes. Los procesos que considerábamos infalibles se derrumbaron en un instante. A pesar de que la falla era parcial, nuestra casa matriz activó de inmediato un plan de contingencia diseñado para mitigar precisamente este tipo de riesgos.

De mis líderes aprendí que, en momentos así, la transparencia y la calma son esenciales. En lugar de enfrascarnos en la frustración, analizamos alternativas, mientras recibíamos instrucciones de la alta dirección. Como equipo, logramos garantizar la continuidad operativa y mantener el servicio a los clientes.

La eficiencia es siempre una meta, pero en esa crisis tuvimos que priorizar la flexibilidad operativa por encima de los procedimientos rutinarios. Procesamos transacciones de forma manual, establecimos comunicación mediante dispositivos personales y nos apoyamos en la experiencia de unidades internas que tenían acceso limitado a ciertos sistemas. No fue sencillo: las jornadas se extendieron más de lo habitual, y la desconexión telefónica complicaba aún más la situación. Sin embargo, el compromiso de garantizar el servicio nos mantuvo enfocados. Al final, cerramos el día sin descuadres, con la satisfacción de haber cumplido y con clientes plenamente satisfechos.

Esa experiencia me demostró que la resiliencia no es solo un plan en papel, sino una mentalidad compartida. Los colaboradores, en lugar de paralizarse, aportaron soluciones, asumieron nuevas responsabilidades y convirtieron la incertidumbre en aprendizaje. De ahí surgió una cultura de mejora continua, donde los errores se entienden como oportunidades y no como fracasos.

Las empresas que se mantienen a la vanguardia son aquellas que han hecho de la adaptabilidad parte de su ADN; aprenden rápido, se reinventan constantemente y están siempre listas para el siguiente desafío.

La resiliencia no es algo que se improvisa en un momento de crisis, sino que se construye cada día, con una cultura que valora la flexibilidad, la comunicación abierta y la capacidad de ver los problemas como oportunidades de crecimiento.

En el ámbito financiero, esta visión cobra especial relevancia, ya que los clientes depositan no solo su dinero, sino también su confianza en las instituciones. Cada decisión, cada proceso y cada respuesta ante una eventualidad incide directamente en esa confianza. La resiliencia organizacional, por lo tanto, se convierte en un activo intangible tan valioso como el capital financiero, porque garantiza que, aun en tiempos de incertidumbre, podamos responder con solvencia y compromiso.

Hoy puedo afirmar que las crisis, lejos de debilitarnos, fortalecen nuestro carácter institucional y personal; nos enseñan que la excelencia no depende de la ausencia de fallas, sino de la capacidad de reaccionar con integridad, innovación y sentido de servicio. Al final, lo que perdura no es la tormenta que enfrentamos, sino la confianza que fuimos capaces de sostener a lo largo del trayecto.

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Silem Kirsi Santana

Lic. en Administración de Empresas, Máster en Gestión de Recursos Humanos. Escritora apasionada, con habilidad para transmitir ideas de manera clara y asertiva.

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