Uno de lo hechos más significativos de la vida política de Juan Bosch en nuestro país fue el debate que sostuvo con el P. Láutico García sj a tres día de las elecciones del 1962. La obsesión de muchos sacerdotes con el tema del comunismo en los finales de los años 50 e inicios de los 60 en Cuba, República Dominicana y Puerto Rico amerita rastrear su origen en el Nacional Catolicismo español.
Contrario a los que varios estudiosos piensan, esa insistencia ideológica de varios curas en ver comunismo en toda expresión de democracia y justicia social en el Caribe, no procede de la propaganda del Departamento de Estado de los Estados Unidos, sino del fascismo europeo de los años 20, 30 y 40, que junto a una lectura fundamentalista del Magisterio de la Iglesia, movió a muchos clérigos, religiosos, obispos y laicos a cerrar filas con las dictaduras de Mussolini, Hitler y Franco en Europa, y cuando llegaban aquí, a sentirse a gusto con Batista o Trujillo.
Dos libros, entre muchos, clarifican este punto en el caso español, que es el que nos afectó. Por la Religión y la Patria de Francisco Espinosa y José María García, y La Iglesia de Franco de Julián Casanova. El atraso político español, fruto de su retraso económico y social, que la mantenía distante del resto de Europa, provocó que al proclamarse la Segunda República, se nuclearan como opositores a la democracia los monárquicos, los ultracatólicos y los falangistas.
Acción Española, una publicación que reunió a todos los enemigos de la democracia, incluidos obispos y sacerdotes falangistas, editorializó en un número especial, el 89, un resumen de su propósito: “Y como para nosotros se hacía evidente, en la razón y en el conocimiento, que la democracia y el sufragio universal eran formas embrionarias de comunismo y de anarquía, pregonamos que había que combatirlos por todos los medios lícitos; “hasta los legales”, añadíamos con palabras ajenas, para dar a entender, en la medida que las mallas de la censura dejaban pasar la intención, que si nos apresurábamos a poner en práctica los medios que una legalidad -formal, pero ilegítima- nos consentía, sólo era con la mira puesta en que ellos allanasen el camino a los que un día hubieran de marchar cara al honor y a la gloria, echándose a la espalda escrúpulos legalistas” (pp. 5-6). Esa marcha fue el golpe de Estado contra la República que costó más de un millón de vidas al pueblo español y el surgimiento de una dictadura, la de Francisco Franco, que sembró la muerte y el terror, en su ascenso y consolidación.
Es en ese clima político que se formaron muchos de lo sacerdotes que vinieron al Caribe hispano y que trajeron como parte de su equipaje mental un recelo contra toda expresión de democracia, libertad y equidad. Como he comentado en este mismo medio, llama la atención la diferencia abismal entre la Carta Pastoral de enero del 1960, a todas luces comprometida con la democracia y la libertad, con la posición de varios miembros del clero durante las elecciones del 1962 y el gobierno de Bosch, rechazando toda posición de dicho gobierno por lograr una sociedad más justa y moderna, y más sorprendente fue el silencio de lo mismos una vez consumado el golpe de Estado. Comunicando el mensaje de “misión cumplida”.
No es de extrañar que fueron dos nuncios los que jalonaron a la Iglesia Dominicana en una dirección a la altura de las circunstancias históricas que vivimos en esa década. Zanini y su influencia en la ruptura de la Iglesia dominicana con la dictadura de Trujillo y Clarizio durante la Guerra de Abril del 1965.
Falta mucho por investigar la cuestión de las ideologías políticas que movieron a muchos sacerdotes y obispos durante ese periodo de nuestra historia. Una cosa es cierta, ni todo el clero pensaba igual, ni todos los laicos estaban en una sola de las tendencias políticas del momento, y por supuesto, no todos los misioneros españoles que llegaron a partir de los años 50 pensaban a la manera del Nacional Catolicismo o defendían las dictaduras de Franco, Batista o Trujillo.