Con frecuencia escuchamos decir o leemos que un determinado personaje advierte que, de no ser atendido en sus reclamos, luchará por ellos hasta las últimas consecuencias.
La amenaza suena con diferentes matices, según quien sea el que la profiere.
La utilizan, por ejemplo, el político que reclama una pronta respuesta de la Junta Central Electoral, el sindicalista que llama a huelga, el comunitario que espera el arreglo de sus calles, el universitario que quiere doblegar al rector en una disputa estéril ¡en fin!, todos dicen estar a punto de llegar a las últimas consecuencias.
Pero ¿cuáles son las últimas consecuencias?
A mí me parece que siempre hay por delante la posibilidad de hacer algo más, un nuevo esfuerzo, y que la última consecuencia no puede ser otra que aquella que no tiene después, o sea: la muerte.
En otras palabras, si no está usted dispuesto a morir para lograr su objetivo, no hable disparates y busque mejores argumentos para defender sus aspiraciones.
Aquí cabe perfectamente el refrán de que perro que ladra, no muerde. Y esto lo seguiré repitiendo ¡hasta las últimas consecuencias!