Las rimas y picardías de Eugenio

Las rimas y picardías de Eugenio

Las rimas y picardías de Eugenio

Recientemente estuve en el acto de puesta en circulación del libro “Rimas y picardías”, de Eugenio Fortunato.

Asistí a dicha actividad más entusiasmado por encontrarme con un amigo de más de tres décadas, a quien no veía desde hacía dos lustros, que por el libro en sí.

Es que en poesía se ha dicho tanto que uno siempre descarta la posibilidad de encontrar versos poco manoseados. Pero ya allí, y tras escuchar algunos de los textos leídos por el autor, tuve que aceptar, en el mismo terreno de los hechos, que mi decisión de acudir a la cita de Eugenio valió la pena, pues tanto yo como los presentes nos reímos a bocas abiertas. 

Es que a Eugenio, como testifica “Rimas y picardía” y, de paso, él mismo, poco le importa que sus versos violenten el equilibrio silábico, que transgredan la perfección de la consonancia o que el ritmo vaya por un sendero distante al de la armonía.

Después de todo, él afirma no tener entre sus metas superar a Bécquer ni a Góngora y mucho menos a Quevedo. Lo que sí vale para Eugenio es contar las vivencias, los pesares y las alegrías acumuladas durante una cuarentena de años dedicado a las artes: dígase, teatro, poesía coreada, folklor y baile, desde una perspectiva donde sus protagonistas han alcanzado la estatura social, política y humana que él les ha impreso.

Añoranzas de los años 70 del siglo pasado alentaron mi estado emocional cuando Eugenio leyó textos como: Carta al baño, La rata, Candonga y San fosforito. Mientras lo escuchaba transitaban libremente en mi recuerdo Meso Mónica, Juan Antonio Alix, Narcizaso, Huchi Lora, César Sánchez Beras y el Nicolás Guillen de “Mulata” y “Negro bembón”, Pero quien más remeneó mi recuerdo fue Apolinar Núñez, autor de un librito de 48 páginas publicado en 1972 que atrapó la atención de grandes sectores de la sociedad dominicana, titulado “Poemas decididamente fuñones”.

“Permítanme” y “Mi secretaria”, de Núñez, son dos textos realmente fuñones, tanto como los artefactos de Nicanor Parra o la poesía vertical de Roberto Juarroz. Lo único que los de Núñez no son versos rimados ni medidos, sino libres.

Un decir popular, bastante gastado por cierto, establece que la realización completa de un hombre la determina la siguiente trilogía de acciones: tener un hijo, sembrar un árbol y publicar un libro.

El refrán no aclara que el resultado de esas tres actividades debe ser positivo para que el ejecutante alcance la hombría plena. Partiendo, entonces, de esa premisa, Eugenio Fortunato es un hombre plenamente realizado.

Primero, porque tiene hijos de calidad similar a la de su estirpe. Segundo, porque vivir en un clima tropical como el floridano le ha permitido plantar numerosos y fructíferos árboles en el patio de su casa.

Y, tercero, porque acaba de publicar un libro que satisface en toda su dimensión la meta trazada por él al escribirlo: contar jocosamente las cosas serias que atormentan a muchos seres humanos y que demanda atención de quienes no quieren entregarle la espalda a las calamidades sociales de su entorno.



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