¡Las niñas no se sientan en las piernas! (segunda parte)

¡Las niñas no se sientan en las piernas! (segunda parte)

¡Las niñas no se sientan en las piernas! (segunda parte)

Isauris Almánzar

Madre, soltera y adolescente, tres estigmas sociales que describen a Mariela Pérez alias “el fideo” la supuesta antagonista pincelada en esta triste historia.

Sí,  y eso no la hace culpable.  Ella salió en la mañana con su hija en los brazos y sus sueños en la mente, se montó en esa bendita guagua y le pasó su bebé al señor de la esquina, ¡maldita fe en la gente!,  lamentablemente, pasó lo que temíamos, aprovechando que la niña llevaba vestido, colocó su pañal a los lados  y de forma abrupta introdujo sus dedos donde ya sabemos, mientras lo recuerdo se revuelven mis tripas, de esto hace casi 30 años.

La nena fue vilmente mancillada y la alarma fue un grito desesperado, el único pecado de Mariela es ser pobre y sin educación; nadie le dijo que las niñas no inventan, que pueden planificarse, nadie le recordó que la pobreza se replica por un momento de placer, nadie le enseñó a ser madre, porque se crio en un colmadón entre muñecas, viejos harapientos y mucha cerveza.

¡La hija de Mariela fue violada y nadie hizo na’!,  el culpable pidió su parada a tiempo, le tiró la niña en los brazos a su madre  y como el cobarde que es, salió huyendo, ese día él se convirtió en un bacá.

Así como Mariela hay muchas mamás que les ha tocado vivir historias de terror, esas que no se cuentan pero se notan en la cuenca huera  de sus ojos cortados y por la peste que arroja  el pus de su corazón.

¡Cuidemos nuestros niños!,  dejemos de tapar  a los que pecan, porque nadie pone armas en manos extrañas si sabe que le van a disparar.  Ayer fue ella y hoy puede ser cualquiera de nosotros, la confianza a los extraños, los trastornos mentales y  los niños nunca fueron condescendientes.

Descansa en paz querida Mariela, sumergida en un mar de pastillas para los nervios, después de esto jamás volvió a ser la misma, de cuando en vez se le ha visto arrojarle piedras al Sol. El dolor  de una madre no lo entiende cualquiera, el dolor de una violación es como un sello en la frente.

Descanse en paz querida justicia, colocando tus premisas en quimeras de lo que nunca se comprometió a pasar y aun así no moviste tus pálidos brazos, destilando tu torpeza en las tumbas de Alcatraz.

Y en los campos grises se tiñen ríos de sangre, zurciendo la boca de aquellos que fueron torturados por el  ímpetu de algún chamán.



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