Hace 5 años, en una entrevista que hizo Oliver Stone a Putin, le preguntó si tenía “días malos”. Putin dijo: “yo no soy mujer, así que no tengo días malos”. Ese sentido de la superioridad masculina luce hoy bastante desconectado de la situación internacional.
Rusia hace frontera con 16 países, en cuatro de los cuales sus gobernantes son mujeres. Así, Finlandia tiene como primera ministra a Sanna Marin, Estonia a Kaja Kallas, Lituania a Ingrida Simonytè y Georgia tiene como presidenta a Salomè Zurabishvili. Todas se han pronunciado con firmeza frente a la invasión de Ucrania por parte de Rusia.
La Unión Europea, conformada por 27 países, tres de ellos tienen como jefas de Estado a mujeres (Eslovaquia, Dinamarca y Grecia); cinco tienen mujeres jefas de Gobierno (Dinamarca, Estonia, Finlandia, Lituania y Suecia); uno tiene vicepresidenta (Bulgaria) y dos tienen presidentas de Cámara de Representantes (Chipre) y Senado (Italia).
La presidenta de la Comisión Europea es Ursula Von Der Leyen y la presidenta del Parlamento Europeo es la italiana Roberta Metsola.
De los siete países limítrofes con Ucrania, dos de ellos, Eslovaquia y Moldavia, están gobernados por mujeres, Zuzana Caputova presidenta de Eslovaquia y Maia Sandu presidenta de Moldavia.
Europa completa, contando aquellos países que no forman parte de la Unión Europea, cuenta con siete jefas de Estado, ocho jefas de Gobierno, 2 vicepresidentas y tres presidentas de Cámaras de Representantes o Senado.
Dos de los países amenazados directamente por Putin en días pasados fueron Suecia y Finlandia, ambos dirigidos por mujeres. No creo que sea casualidad que, a pesar de hacer frontera con 16 países, haya elegido amenazar a dos países gobernados por mujeres.
Y es que a pesar de que Rusia es un país que se jacta de respetar los derechos de las mujeres y propiciar la igualdad de derechos, la realidad práctica es distinta.
En los últimos años, por ejemplo, la tendencia ultraconservadora ha ganado terreno, hasta el punto de aprobar una ley en 2017 para despenalizar la violencia doméstica “cuando no sea continua y se trate de disputas familiares con consecuencias menores”, a pesar de que en ese año precisamente se hablaba en Rusia de 14 mil mujeres muertas cada año por violencia doméstica.
Putin ofrece bonitos discursos a favor de los derechos de las mujeres, pero en realidad les trata con desdén. Un ejemplo reciente de ello fue la insinuación de Putin a la periodista norteamericana de CNBC, Hadley Gamble de que era “demasiado hermosa” para entender su explicación sobre su enfrentamiento con Europa por el suministro de gas.
Esta intervención penosa de Putin tuvo lugar frente a una audiencia en vivo en Moscú en ocasión de la semana de la energía en octubre del pasado año.
Hay más ejemplos que reflejan el desprecio de Putin por las mujeres. De modo que podemos pensar que no es agradable para él ver mujeres como Magdalena Andersson (primera ministra Sueca), Sanna Marin (primera ministra finlandesa) o Salomè Zurabishvili (presidenta de Georgia), Ursula Von Der Leyen (presidenta de la comisión europea) o Roberta Metsola (presidenta del Parlamento Europeo), responderles con firmeza a sus amenazas.
La primera ministra sueca, Magdalena Andersson, frente a las amenazas de Rusia a Suecia declaró: “Quiero ser muy clara. Es Suecia la que elige por sí sola y de forma independiente su línea de seguridad”. Por su parte, Sanna Marin respondió no solo declarando su respaldo firme a Ucrania, sino que su Gobierno anunció el envío a Ucrania de armamento para su defensa.
Salomé Zurabishvili, presidenta de Georgia, ante la invasión de Rusia a Ucrania declaró que el reconocimiento por Putin de la independencia de Donetsk y Lugansk era el mismo guion llevado a cabo en 2008 con la ocupación del 20 % del territorio de Georgia.
Hoy, el machista Putin tiene frente a él numerosas dirigentes europeas que no se amilanan frente a las amenazas del presidente ruso, quien en sus “días malos” ha decidido continuar su incursión bélica en países limítrofes, en franca violación a la soberanía de esos pueblos, con su visión nostálgica de la antigua Unión Soviética y el zarismo.
*Por Laura Acosta