*Por Efraín Sánchez Soriano
Alguien dijo que ni el hambre ni la miseria necesitan pasaportes. Así, es cada vez más incontenible el éxodo masivo de hombres, mujeres y niños de los países pobres del Sur hacia los países del Norte en busca de nuevos horizontes para una vida mejor. Masas crecientes de migrantes de países de África, de Asia, de América Latina, Centro América y El Caribe marcan profundamente el escenario mundial actual con un doloroso abismo entre la humanidad que vive en el Norte y la que sobrevive en el Sur.
Algunos escritores favorables a la condición de sus países ricos de “bunkers dorados infranqueables”, divulgan una imagen negativa de los “nuevos bárbaros” al calificar a las masas migratorias crecientes con desprecio, y por cierto en no pocos países los tratan con sumo desprecio, obviando su responsabilidad histórica en la época de la conquista de África, de Asia y de nuestra América cuando convirtieron en colonias a muchos de sus pueblos y en esclavos a sus pobladores.
La mayoría de los migrantes abandonan sus pobres países de origen en busca de trabajo para mantener a sus familias en países de mejor nivel económico, conformando buena parte de la clase trabajadora en el mundo de hoy. Son productores de plusvalía que en el fondo hacen más ricos a los capitalistas y más acelerada su acumulación de riqueza al pagar salarios inferiores a los que devengan los trabajadores nacionales, pero desde luego menos desafortunadas sus vidas en relación con las que gozaban en sus países de origen.
Si bien es cierto que la inmigración debe ser controlada en correspondencia con las normas nacionales, corresponde en primer lugar a los organismos internacionales, y en especial a los relativos a los derechos humanos, también es obligación –y sobre todo- de los gobiernos nacionales de acogida, velar por el respeto de las convenciones internacionales relativas a las mejores relaciones de trabajo y de vida de los extranjeros, aún de los llegados en forma ilegal. En cada caso, el Estado debe intervenir decisivamente junto con la sociedad para generar nuevas regulatorias e impedir que los flujos migratorios sean controlados por mafias clandestinas.
Pero sobre todo esta realidad, que afecta a todo el mundo del trabajo, reclama del movimiento sindical a nivel mundial y en los ámbitos continentales y nacionales, la puesta de la lucha social en primer plano para eliminar los déficits en el cumplimiento de nuestras responsabilidades de clase y para hacer valer los derechos, libertades y condiciones de vida dignas para nuestros hermanos provenientes de países más desfavorecidos, sometidos a menudo a un mercado sin ningún control social.
*El autor es dirigente político y sindical.