Es uno de los episodios que genera más controversia en la historia reciente.
El 20 de marzo de 2003, una coalición liderada por Estados Unidos junto a países aliados como Reino Unido y España, dio inicio a la invasión de Irak.
¿El objetivo? Acabar con Saddam Hussein -quien gobernó Irak por casi 25 años- y sus supuestas armas de destrucción masiva.
Lo que sería una guerra relámpago de tres semanas se prolongó durante 7 años y dejó brutales consecuencias: más de 100.000 civiles muertos, según la organización Iraq Body Count (IBC), y un país sumido en el caos.
¿Qué llevó a George W. Bush y a algunos aliados a invadir este país (a pesar de no contar con el respaldo de las Naciones Unidas ni de aliados tradicionales como Alemania o Francia)? Y ¿qué secuelas sigue teniendo hasta el día de hoy? Aquí te lo contamos.
¿Por qué ocurrió la invasión?
Para entender lo que pasó ese 20 de marzo de 2003, hay que rebobinar un poco en la historia.
A pesar de que al comienzo de su gobierno Saddam Hussein mantuvo una buena relación con Estados Unidos -pues se le veía como un aliado natural para frenar la influencia de la revolución islámica iraní-, sus lazos con Occidente se quebraron definitivamente en 1990, cuando decidió invadir Kuwait.
La ocupación iraquí encendió las alarmas en Occidente. Incluso, la Organización de Naciones Unidas (ONU) le dio un plazo para retirarse del país árabe pero Hussein se negó.
Ante esto, una coalición internacional autorizada por la ONU y compuesta por 34 países -entre ellos, Estados Unidos-, intervino y acabó expulsando a las tropas iraquíes de Kuwait, en lo que se conoció como la primera Guerra del Golfo.
La imagen de Saddam Hussein se fue deteriorando cada vez más ante los ojos occidentales. Se le impusieron duras sanciones económicas que llevaron a Irak a una profunda crisis financiera y que dejó en la miseria a su población, con altas tasas de desnutrición y falta de suministros médicos.
El país también se vio sometido a una serie de inspecciones por parte de la ONU con el fin de supervisar la supuesta destrucción de armas químicas. Pero Hussein no cooperó.
Una década después, ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, tras los cuales el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, colocó a Irak entre los países del «eje del mal» (una lista que también incluía a Corea del Norte e Irán) porque supuestamente apoyaba al terrorismo.
No pasaron más de dos años de aquel episodio cuando Washington y sus aliados decidieron derrocar al régimen de Hussein.
Armas de destrucción masiva: la prueba clave que nunca existió
«Saddam Hussein y sus hijos deben salir de Irak en las próximas 48 horas. Su negativa a hacerlo resultará en un conflicto militar que comenzará en el momento que elijamos».
Las palabras, pronunciadas por Bush el 17 de marzo de 2003, fueron el puntapié inicial a la fuerte ofensiva que solo tres días después comenzaría en Irak.
Pero ¿cuál fue la justificación para atacar?
Se han esgrimido diferentes razones -entre ellas, el presunto apoyo de Hussein a organizaciones terroristas, como al Qaeda-, pero hay una que es clave: la existencia de un supuesto arsenal de armas de destrucción masiva (químicas, biológicas y nucleares)en Irak.
Este arsenal, no obstante, nunca se encontró.
Años después se supo que los datos que se usaron para confirmar esta teoría estuvieron basados en mentiras e invenciones, lo que supuso uno de los mayores fracasos de inteligencia militar de la historia.
En su defensa, los gobernantes de aquella época han señalado que sus propios informantes les aseguraron que las armas existían.
«Es realmente importante entender que la información de inteligencia que estaba recibiendo es en lo que confiaba, y creo que tenía derecho a confiar en ella», le dijo a la BBC el ex primer ministro británico Tony Blair.
En esto, las mentiras de algunos espías iraquíes jugaron un papel central.
Uno de ellos fue Rafid Ahmed Alwan al-Janabi, un desertor iraquí que llegó a Alemania en 1999 a un campo de refugiados buscando asilo político y diciendo que era ingeniero químico.
En ese momento, aseguró haber trabajado en una planta que fabricaba laboratorios de armas biológicas móviles como parte de un supuesto programa iraquí de armas de destrucción masiva.
Alwan al-Janabiera era conocido con el nombre de Curveball (que en inglés significa un lanzamiento de béisbol que toma una curva y engaña a los bateadores).
A pesar de que los servicios de inteligencia británica, estadounidense y alemana cuestionaron la autenticidad de sus afirmaciones, finalmente Washington y Londres decidieron creerle.
El secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, dijo a la ONU en 2003 que Irak tenía «laboratorios móviles» para producir armas biológicas. Mientras que el entonces primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, dijo que «fuera de toda duda» Saddam Hussein continuaba produciendo este arsenal.
Aún así, no habían pruebas irrefutables.
Pero según el corresponsal de seguridad de BBC News, Gordon Corera, para Estados Unidos «la cuestión de las armas de destrucción masiva (ADM) era secundaria frente a un objetivo más profundo: derrocar al líder iraquí».
«Habríamos invadido Irak si Saddam Hussein hubiera tenido una banda elástica y un clip», le dijo a Corera Luis Rueda, jefe del Grupo de Operaciones en Irak de la CIA.
«Habríamos dicho: ‘Oh, te sacará un ojo'», agregó.
Tiempo después, Alwan al-Janabi admitió haber mentido con el fin de que se derrocara a Hussein, pero Estados Unidos y sus aliados ya habían iniciado la invasión.
Hans Blix, quien dirigió las inspecciones químicas y biológicas de la ONU, le dijo a la BBC que hasta principios de 2003 creía que había armas, pero comenzó a dudar de su existencia después de que no se pudieron confirmar las denuncias.
Vale la pena recordar que Saddam Hussein alguna vez sí tuvo armas de destrucción masiva que utilizó contra los iraquíes kurdos a fines de la década de 1980.
Según Gordon Corera, el líder iraquí ordenó la destrucción de gran parte de su arsenal a principios de la década de 1990, después de la primera Guerra del Golfo, y en medio de las inspecciones de la ONU.
Sin embargo, lo habría destruido todo en secreto, en parte para mantener la farsa de que todavía tenía algo para usar en contra de su país vecino, Irán.
Así que cuando más tarde los inspectores de la ONU le pidieron a Irak que probara que había destruido todo, no pudo hacerlo.
Consecuencias de la guerra
La controvertida operación militar no tardó en terminar con el régimen de Saddam Hussein, quien fue capturado en diciembre de 2003 y ejecutado 3 años más tarde.
Sin embargo, poco a poco la esperanza de los iraquíes con la llegada de los estadounidenses empezó a desvanecerse.
«Tras la invasión, la impresión en ciudades como Bagdad o Basora era que las fuerzas ocupantes se concentraban más en controlar militarmente el país, capturar a Saddam Hussein y reprimir cualquier foco de resistencia, que en suministrar ayudas y servicios a la población local», recuerda Matías Zibell, enviado por BBC Mundo a la guerra en Irak.
De esta manera, el vacío de poder tras la caída de Hussein generó caos entre la población local. Edificios públicos, museos y hospitales fueron asaltados y saqueados.
Meses después se desencadenó una cruenta violencia sectaria. Especialmente por parte de la mayoría chiita sobre los sunitas, que habían sido los más privilegiados bajo el régimen de Saddam.
«Hubo una mala planificación de la posguerra sobre cómo querían que el país avanzara. No había una visión clara de si se debía celebrar unas elecciones, si eran los iraquíes quienes debían redactar la Constitución», le explica a BBC Mundo Hamzeh Hadad, analista político iraquí.
«Creo que se debería haber hecho un mayor esfuerzo para darles un papel antes, y simplemente aceptar el hecho de que Irak se había librado de Saddam, y ahora quien debía elegir quién lideraba a los iraquíes eran ellos mismos», añade.
La falta de planificación para después de la invasión ha sido catalogada como uno de los grandes fracasos que siguen repercutiendo en la actualidad.
Para el corresponsal de BBC News Jeremy Bowen, quien cubrió las dos guerras en Irak, la invasión de marzo de 2033 fue una catástrofe para el país y para su gente:
«Saddam Hussein era un tirano que merecía ser derrocado -había encarcelado y asesinado a miles de iraquíes, utilizando incluso armas químicas contra los kurdos rebeldes-, el problema fue cómo se hizo, la forma en que EE.UU. y el Reino Unido ignoraron el derecho internacional, y la violencia que se apoderó de Irak después de que el gobierno de Bush no elaborara un plan para llenar el vacío de poder creado por el cambio de régimen».
Una «incubadora» de extremistas
Una de las decisiones más polémicas que tomó Estados Unidos fue la de desmovilizar al ejército iraquí.
Miles de personas con experiencia militar se quedaron sin trabajo y muchos optaron por pasarse a la insurgencia. Así, comenzaron a aflorar los grupos subversivos, convirtiendo a Irak en una incubadora de extremistas yihadistas.
El Estado Islámico de Irak (ISIS) surgió de ese caos, prometiéndole lealtad a al Qaeda, y aún es un factor de violencia e incertidumbre en el Medio Oriente.
En la zona chiita también surgieron grupos rebeldes que atacaron a los militares estadounidenses, como el Ejército de al-Mahdi, una milicia liderada por el clérigo Muqtada al-Sadr.
Recién a finales de 2011 las tropas estadounidenses abandonaron Irak, cuando consideraron que la lucha contra estos grupos rebeldes estaba controlada.
Pero la insurgencia de algunas de estas facciones extremistas obligaron a Estados Unidos a volver a enviar tropas en repetidas ocasiones.
En los últimos años, sin embargo, Irak recuperó algo de estabilidad y con ello parte de su peso en la región.
«Especialmente después de la derrota de EI en 2017, Irak comenzó a asumir un papel más importante a nivel regional. Está empezando a jugar como mediador entre Irán y Arabia Saudita. Está empezando a celebrar conferencias regionales e internacionales en Bagdad, y creo que eso es muy importante», afirma Hamzeh Hadad.
Sin embargo, y a pesar del progreso, dos décadas después de la invasión, Irak arrastra una grave crisis económica y política y, sobre todo, una herida social que aún parece lejos de cerrarse.
Para Jeremy Bowen, Irak es más estable en lo que va de año de lo que lo ha sido en mucho tiempo. Pero los iraquíes sienten cada día los resultados de la invasión.
«Una señal de lo malos que han sido los últimos 20 años es la nostalgia de los tiempos de Saddam esté bien arraigada en Irak, no sólo entre su propia comunidad sunita», concluye el corresponsal.
*Con la reportería de los periodistas de BBC News Mundo Gonzalo Cañada y Fernanda Paúl, y de Gordon Corera y Jeremy Bowen, corresponsales de BBC News.