«¿Cuándo volverás a España?»
«Dime que no estás mirando a ninguna otra mujer».
Eso es lo que escribía Carmela desde Granada a su amor en Marruecos en 1944, cuando España se encontraba en plena dictadura del general Francisco Franco.
Pero esa carta y muchas más nunca llegaron a su destino. Fueron confiscadas por el régimen porque revelan una historia de asuntos tabú durante la era colonial.
En cambio, terminaron escondidas en lo más profundo de los archivos españoles, en un inesperado botín de cientos de mensajes de amor entre mujeres españolas y hombres marroquíes.
Durante décadas, las autoridades coloniales del protectorado español en Marruecos se apoderaron sistemáticamente de estas cartas.
Las cajas están llenas de palabras de pasión: «Estoy loca por ti… Estoy como una cabra por ti», escribe una mujer de Valencia.
Algunas contienen incluso fotografías.
Carta tras carta, hay docenas de retratos de mujeres con peinados inmaculados que posan para recordarles a sus amantes lejanos cómo eran. Una envió una foto de ella montando en bicicleta, una instantánea despreocupada de la vida cotidiana.
Todas fueron archivadas cuidadosamente en sobres por concienzudos burócratas y luego olvidadas entre documentos administrativos de rutina.
Y han estado acumulando polvo hasta que fueron encontradas y publicadas por los académicos Josep Lluís Mateo Dieste y Nieves Muriel García.
Cada carta contiene una mirada tentadora a una relación completa, pero cada una también nos habla de la represión a la que tuvieron que enfrentarse los enamorados.
Los funcionarios españoles hicieron todo lo posible para que estas relaciones fueran imposibles.
Reclutas marroquíes
Como decía una orden de 1937: «Como regla general, deben impedirse los matrimonios entre soldados marroquíes y mujeres españolas».
Desde 1912, España había reclamado, junto con Francia, soberanía sobre parte de Marruecos como protectorado, dividiendo el país en dos zonas.
Los combatientes de la comunidad bereber se resistieron a zesto, de manera más notoria en la larga y sangrienta Guerra del Rif entre 1921 y 1926, en la que el ejército español fue diezmado por las fuerzas lideradas por Abdelkrim al-Khattabi.
Para superar este desafío, el gobierno español aumentó el número de sus tropas en Marruecos y reclutó a miles de marroquíes para servir en su ejército.
En la década de 1930, España, colocó la capital del protectorado en Tetuán, desde donde administraba efectivamente una larga franja a lo largo del norte del país, desde la costa atlántica en Arcila casi hasta la frontera con Argelia en el este.
Fue desde las bases militares de este territorio que en 1936 el general Francisco Franco dio un golpe de Estado contra el gobierno republicano, iniciando la Guerra Civil Española.
Enviados a España
Mientras la guerra avanzaba, de repente miles de hombres marroquíes reclutados por el ejército español fueron enviados a la España peninsular para luchar junto a las fuerzas de Franco.
Además de los militares, estudiantes, comerciantes y otros trabajadores marroquíes también se unieron a ellos y terminaron viviendo en todo el país, tanto en ciudades como en zonas rurales más remotas.
Después de todo, a diferencia de muchas posesiones coloniales europeas, ésta se encuentra muy cerca de la propia España: en su punto más estrecho en el Estrecho de Gibraltar, la costa marroquí está a sólo 14 kilómetros del extremo sur de la Península Ibérica.
Allá donde iban, los hombres marroquíes encontraban mujeres españolas.
En Salamanca, una mujer llamada Concha conoció a Nasar, un soldado marroquí destinado cerca.
Locamente enamorada, escribió a sus superiores pidiéndoles permiso para casarse con él en 1938.
Pero para las autoridades coloniales españolas, ese contacto estaba absolutamente prohibido.
Manifestaron su disgusto hacia Concha, a la que despreciaron por ser vieja, «fea, gorda como un hipopótamo y con una ligera cojera».
Sospechaban que Nasar sólo había mostrado interés porque Concha tenía una casa, lo que despertó su «amor volcánico».
Las órdenes oficiales eran que se debían imponer «tantas dificultades como fuera posible» para impedir estas relaciones «sin prohibirlas abiertamente», como decía una orden en 1937.
De hecho, como el régimen de Franco dependía de la lealtad de los soldados marroquíes, no hizo que tales relaciones fueran explícitamente ilegales. En lugar de ello, desarrollaron toda una serie de medios para hacerlos imposibles en la práctica.
Por ejemplo, si se descubría que una mujer escribía a un marroquí, le prohibirían la entrada a Marruecos.
A menudo, también prohibían al marroquí la entrada a España, haciendo imposible su relación.
«Prestigio de raza»
En 1948 se interceptó una carta entre Carmen de Zaragoza y su amante Abdeselam en Marruecos.
Las autoridades de Tetuán prohibieron inmediatamente a ambos cruzar al lado opuesto.
En la carta, Carmen daba noticias de su hija, que ahora crecería sin ver nunca a su padre. Los funcionarios no tuvieron en cuenta a la niña.
¿Por qué despreciaban tanto estas relaciones?
Parte de la respuesta está en la ideología reaccionaria de la dictadura.
El gobierno de Franco fue agresivamente misógino, controló rígidamente la movilidad de las mujeres y restringió su acceso al empleo.
También se consideraba un defensor del catolicismo y, por razones religiosas, las mujeres que se casaban con hombres musulmanes eran consideradas «perdidas para la fe».
Pero la razón más importante fue lo que los funcionarios llamaron «prestigio de raza».
Para que el dominio colonial continuara, España tenía que ser vista como superior a Marruecos.
Como el gobierno entendía el matrimonio como la subordinación de una mujer a un hombre, cualquier matrimonio allí sometería a una mujer española a un hombre marroquí.
Si esto llegara a saberse, socavaría las bases mismas de la dominación colonial.
Por el contrario, las relaciones entre hombres españoles y mujeres marroquíes, que abundaban en el protectorado, no atrajeron un escrutinio y censura tan extensos, ya que reproducían la estructura de poder más amplia de la sociedad en una escala íntima sin amenazarla.
No sólo en España
Esto no solo sucedió en España: el miedo a que las mujeres europeas entablaran relaciones con hombres colonizados era común en todas las administraciones coloniales europeas.
En la vecina zona francesa, los funcionarios expresaron una desaprobación similar por las consecuencias políticas de estas relaciones.
Los holandeses en las Indias Orientales y los británicos en India vieron las relaciones entre mujeres europeas y hombres colonizados como mucho más amenazadoras que a la inversa, y las vigilaron estrechamente.
Aunque la gama de medidas para desalentar estas relaciones iba desde la desaprobación hasta la prohibición total, la regla subyacente era la misma: esas relaciones eran una amenaza.
Estas cartas, sin embargo, revelan que bajo la superficie de la sociedad colonial, los encuentros eran comunes y conducían a toda una gama de relaciones: amistades, noviazgos, encuentros sexuales y matrimonios.
Abrir esas misivas es emocionante. Es una ventana a vidas de las que rara vez nos hablan los documentos oficiales.
Pero también es inquietante: la mayoría de las cartas nunca llegaron a su destino y eso es en el fondo una invasión de la privacidad. Alguien abrió esas cartas, las leyó y decidió incorporarlas a un archivo.
Cuando Marruecos se independizó en 1956, el gobierno protectorado de Tetuán cerró y sus archivos quedaron en gran parte olvidados.
Terminaron en su mayoría cerca de Madrid, en los archivos centrales de la administración en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, donde -como la mayor parte de la historia colonial de España en África– fueron olvidados.
Pero a pesar de la reciente publicación de algunas de estas cartas, sus historias siguen siendo poco conocidas y este archivo olvidado hace mucho tiempo aún no ha revelado todos sus secretos.