El de las loterías es un campo del alma dominicana de un arraigo muy profundo. Tanto, que de no haber sido inventado un juego oficial, hubiera hallado vías para flotar sobre los cambios sociales desde que la dominicanidad sentó sus reales en la isla, como lo ha hecho el “san”.
Tal vez se trata de una inclinación humana, pero en nuestro caso, las loterías son algo más que el “impuesto a la esperanza” y al día de hoy se les puede hallar vínculos estrechos con la política, los políticos y el bajo mundo, aspecto este último que debería mover a la Administración del Estado a establecer un nivel extra de control y vigilancia.
Hasta hace unas cuantas décadas era un negocio público, pero en estos tiempos ha pasado a ser campo de emprendedores, inversionistas y arriesgados.
Estos últimos, los que se toman los riesgos, traen a la memoria al “rifero”, un personaje conocido a escala nacional por su disposición a conectar juegos particulares con los sorteos de la Lotería Nacional o de loterías extranjeras.
Ahora existen las loterías privadas y las bancas, a donde va la gente a exponerse al azar por el impulso lúdico de convertir un peso en cincuenta o al de hacer en un día el dinero que de otra manera le tomaría meses o años acumularlo.
Los gobiernos han sido, hasta ahora, incapaces de poner orden en este campo y han preferido el más fácil y conveniente de aprovechar el vicio para recabar impuestos.
Pero dice la Federación Nacional de Bancas de Loterías que hasta en este propósito, el de utilizar la ludopatía del dominicano con fines fiscales, las autoridades muestran deficiencia.
De acuerdo con una denuncia de este martes, las bancas formalizadas de lotería tienen que competir con decenas de miles de estos negocios que operan al margen de toda regulación desde colmados, colmadones, cafeterías, salones de belleza y farmacias.
Es un ambiente caótico que debe ser atendido con urgencia.