Declaro que no soy un mojigato y que, entre otras cosas, admiro la belleza femenina y me deleito con ella como el que más.
Las chicas que bailan sobre los dugouts en los juegos de nuestro béisbol profesional, por ejemplo, son muy lindas y saben mover sus músculos de lo más bien, de eso no cabe duda alguna. Pero si pretenden hacer el papel de cheerleaders o porristas , copiando la costumbre norteamericana para animar al público y a los jugadores, están muy equivocadas.
Las cheerleaders de los Estados Unidos visten y bailan recatadamente, se limitan a agitar sus papeles ripiados (las de aquí ni siquiera eso tienen), y no recuerdo haber visto a ninguna de aquellas moviendo lascivamente sus glúteos ni dando los llamados golpes de barriga.
El espectáculo deja, entonces, de ser divertido y raya en lo voluptuoso, casi en lo pornográfico. Tanto el público que acude a los estadios como el que sigue los juegos por televisión recibe el impacto de los lujuriosos bailes dignos de otro escenario adonde no se admitan niños, ni desde donde no se multiplique su difusión a través de la tele.
Aunque el refrán dice que a las mujeres feas ni a los consejos nadie los sigue, me permito sugerirles a los patrocinadores de las bailarinas del play que no desnaturalicen el papel de las animadoras, y que las conviertan en una nota agradable, pero no indecente.