En principio había seguridad y cierto control migratorio hacia Santo Domingo y las demás ciudades más pobladas del país. La descomposición social, que luego se llamó por varios nombres –delincuencia común, microtráfico, inseguridad ciudadana, contrabando– empezó con la migración interna, que a su vez incidió en el crecimiento demográfico y una mayor y urgente demanda de trabajo.
No hay espacio público o privado del país donde no azote la violencia en sus diversas manifestaciones. Los medios de comunicación, la televisión y las redes sociales se han convertido en ventanas abiertas para mostrar hasta dónde esta sociedad convive con actos violentos, mientras el temor se expande a todo el territorio nacional.
Entre los múltiples planes para contener la violencia y la inseguridad ciudadana recordamos uno, de manera específica, de otra administración. Se llamaba “Barrio seguro”. Ahora rebautizado por las nuevas autoridades del ministerio de Interior y Policía como “País seguro”, tiene lógica, porque ya la violencia no se circunscribe a una demarcación barrial. Ahora se expande a todo el país.
Hay muchos indicios y razones para entender la expansión de la violencia. Nacen y se manifiestan en todas partes: en las calles, en el seno de la familia, en plazas comerciales y espacios sociales y, fruto de la modernidad, la falta de madurez y el morbo, la tenemos a diario, y a cualquier hora, a través de las redes sociales.
Expertos apuntan a una razón fundamental: la gran demanda de trabajo formal. En otro bando, fruto de políticas fallidas, que no ofrecen respuestas adecuadas nació, de la noche a la mañana, un ejército de trabajadores callejeros, que integran el mercado laboral informal.
El gobierno, en este cuarto de siglo, y ahora más que nunca, debe definir un destino cierto y de desarrollo sostenido para el país. Ya es hora de empezar a ver soluciones concretas.