Cuando hablamos de democracia en el hemisferio occidental, uno de los referentes suele ser Estados Unidos, sociedad que ha sido una gran aliada de las democracias actuales de la región, pero ha llegado el momento en que debe hacer una mirada retrospectiva.
La historia política de Estados Unidos ha estado marcada por numerosos episodios de violencia que han dejado una huella imborrable en la nación.
Desde presidentes asesinados hasta candidatos presidenciales caídos, la violencia ha sido una constante que refleja las tensiones y divisiones profundas en la sociedad estadounidense.
El más reciente episodio se vivió el fin de semana pasado cuando el expresidente y candidato por el Partido Republicano, Donald Trump, resultó herido por un disparo que estuvo a escasos milímetros de ser mortal.
Aún carecemos de muchos detalles sobre el atentado perpetrado, aparentemente, por un hombre que usaba un arma de asalto desde una azotea ubicado en las proximidades de donde Trump encabezaba un acto proselitista.
De seguro que ese incidente violento tendrá efectos electorales.
La violencia con frecuencia forma parte del debate social estadounidense, un país en el que la tenencia de armas es un derecho constitucional.
Sin embargo, muchos de esos fenómenos han sido ocultados o atenuados por la cooperación de los medios de comunicación y el estatus quo político, creando una narrativa incompleta sobre la verdadera naturaleza de la violencia política en ese país.
Estados Unidos ha sido testigo del asesinato de cuatro de sus presidentes mientras estaban en el cargo, un recordatorio sombrío de la vulnerabilidad inherente al poder político. Igual suerte han corrido varios candidatos presidenciales.
El atentado contra Donald Trump nos muestra de manera descarnada el tono agresivo de esa campaña y el uso de temas que incentiva al odio, solo que eso no saldrá reflejado en ningún informe de organismos internacionales, observadores electorales y, mucho menos, será parte de informes del Departamento de Estado.
Ojalá que el atentado contra Donald Trump no desate los demonios que siempre andan sueltos entre grupos radicales y, por lo general, legalmente bien armados.