Si tenemos un día 25 de noviembre para desarrollar tanto activismo como sea posible contra formas de la violencia que tienen lugar en cualquier parte, pero muy particularmente puertas adentro y en perjuicio de la mujer, ¿por qué ocuparnos también del tema el 8 de marzo?
Sin dudada, porque este es un punto en el que no avanzamos.
Porque es una vergüenza que por una mala relación de pareja, por las deficiencias de la formación familiar o la incapacidad para vérselas con las dificultades que a todos nos opone en algún momento la vida, la salida sea la violencia, particularmente contra una mujer que ha sido, o es, esposa formal o informal.
Contar con un día dedicado a la mujer parece un contrasentido en un mundo que se esfuerza en la igualdad, pero el hecho de que exista es también un síntoma de que falta mucho por andar, como lo es también que en vez de examinar los avances, o los obstáculos que los impiden, tengamos que detenernos a lamentar el inmenso peso de la violencia contra la mujer por su condición.
La violencia, por vergonzoza, tiende a ser el foco de la atención en fechas particulares como esta, pero en realidad no lo es todo.
Desde luego, mientras haya una parte de la sociedad prisionera de esta lacra, nunca alcanzaremos la pregonada igualdad.