No nos imaginamos a la velocidad con la que avanza la inteligencia artificial (IA), y uno de los avances más fascinantes es la posibilidad de que el pensamiento y las creencias de una persona perduren más allá de su muerte, gracias a la IA generativa.
Por ser un deseo de siempre, no es casualidad que sobre este modelo de eternidad haya preguntas filosóficas y éticas sobre la inmortalidad digital y el impacto de preservar las ideas de una persona a través de algoritmos entrenados para pensar y responder como lo haría ella.
Y es que ya podemos hablar de que la IA generativa puede ser entrenada utilizando grandes cantidades de información, no solo datos objetivos, sino también la personalidad, los valores, las creencias y los patrones de razonamiento de una persona en vida.
Esto se haría analizando sus escritos, conversaciones, decisiones y respuestas ante diferentes situaciones. Con suficiente información, es posible crear un modelo que imite el estilo de pensamiento de esa persona, permitiendo que después de su muerte la IA responda a preguntas, emita opiniones y argumente de forma coherente con sus creencias.
El yo digital
Este concepto no solo es una forma de inmortalidad simbólica, sino también una manera de preservar un legado intelectual y emocional.
Las personas podrían «vivir» a través de la IA, ofreciendo consejos o compartiendo reflexiones basadas en los principios que sostuvieron en vida.
En lugar de ser solo un archivo de recuerdos o pensamientos, la IA generativa tendría la capacidad de dialogar activamente.
Mi única aprensión sobre esto es que nos quedemos estancados en un modelo de pensamiento hegemónico de una época y que su ausencia no nos fuerce a pasar a otra, como siempre ha sucedido.
Ética y filosofía
Sin embargo, esta tecnología plantea interrogantes éticas profundas. ¿Qué tan auténtica es una IA que imita a una persona fallecida? ¿Es ético manipular las creencias y pensamientos de alguien una vez que ha muerto? La IA generativa puede capturar patrones de pensamiento, pero nunca tendrá la esencia viviente de la conciencia humana.
Lo que queda es una simulación sofisticada, que podría servir de guía o referencia, pero que carece del dinamismo de la experiencia real de la persona, esa imperfección que nos hace parecer perfectos y perfectibles, apuesto a este último término.
Puede preocupar quién controla este “yo digital” después de la muerte. ¿Quién tiene derecho a entrenar y utilizar la IA de una persona fallecida? Las implicaciones legales y morales son vastas, y aún queda mucho por debatir antes de que esta tecnología se convierta en una realidad extendida, más cuando aún no terminamos de entender y regular la que apenas conocemos.
Jugando con la muerte
Sin embargo, es obligatorio hablar de la posibilidad de prolongar el pensamiento humano a través de la IA generativa, la cual ofrece una ventana fascinante hacia la inmortalidad intelectual.
Podría cambiar la forma en que recordamos y aprendemos de quienes nos precedieron, permitiendo que sus ideas y creencias evolucionen en interacción con generaciones futuras.
Es muy probable que las respuestas de una IA entrenada no sean perfectas ni reflejen completamente la complejidad de la vida humana, pero el simple hecho de poder dialogar con una representación digital puede abrir nuevas formas de comprensión y conexión con el pasado. Estaríamos jugando con la muerte, es revolucionario esto.