La Penitenciaría Nacional de La Victoria sigue siendo un lugar tenebroso que alberga a miles de reclusos en condiciones que hieren la sensibilidad hasta de los más duros de corazón.
Quienes la conocieron en carne propia deben de tener motivos sobrados para alegrarse del “cierre técnico” anunciado por Roberto Santana, director de Servicios Penitenciarios y Correccionales.
Este proceso en La Victoria significa que todavía tiene reclusos, muchos reclusos, pero que de ahora en adelante no podrán ser enviadas más personas a cumplir una pena.
Cuando concluya el proceso de traslado de reclusos a Las Parras, el nuevo recinto levantado con el propósito de atrancar esta puerta del infierno abierta en 1952, bajo la tiranía del general Rafael Leónidas Trujillo Molina, y mantenida operativa durante 73 años consecutivos antes de que fuera iniciado el plan de cierre.
La cantidad de reclusos embotellados en esta penitenciaría, inicialmente diseñada para albergar a poco menos de mil personas, rondaba en ocasiones los 8 mil presos. Desde luego, no todo en La Victoria es como en El Patio, a donde era llevada la gente sin dinero y sin padrinos.
También existe todavía allí “Alaska”, unos pabellones a los que, de acuerdo con testimonios y relatos, se podía llegar si se estaba en condiciones de pagar.
Más que un penal, era un reclusorio para la degradación física, moral y espiritual de quienes eran enviados allí.
Al director de Prisiones, a la Procuraduría General de la República, al Gobierno, les quedan todavía tareas importantes en materia carcelaria, porque el penal que ahora cierra y en el que se espera que pronto no haya allí nadie sometido a la ignominia, no es el único.
Santana tiene conocimiento de todo esto.