Transitando por la avenido José Ortega y Gasset, como a eso de las 9:00 de la noche, el semáforo que está frente a la entrada de la Plaza de la Salud se pone en rojo. Los vehículos se paran, como manda la ley.
Mientras están detenidos, otro vehículo se abre espacio por el extremo derecho, casi subiéndose en la acera, se va en rojo y avanza.
Ninguna autoridad lo detuvo, no hubo sanción por su acción y deja atrás a los que respetaron la ley, que veían como el otro les sacaba ventaja, llegaba primero, se les adelantaba sin ningún obstáculo por haber ignorado las normas.
En la avenida 27 de Febrero, en la esquina Doctor Defilló, una larga hilera de carros está en el carril izquierdo, esperando su turno para girar a la izquierda. Otro vehículo toma el carril central, de los que están marcados para seguir derecho, avanza con rapidez, llega hasta la intersección.
Los que van detrás de él para seguir derecho tienen que esperar o salir al tercer carril para poder continuar.
El del segundo carril, cuando el semáforo da el paso para doblar, es el primero en hacerlo, dejando atrás a los que esperaban pacientemente su turno en el carril de la izquierda. Ninguna autoridad lo detuvo, ni le llamó la atención. Violó las normas y fue el primero en llegar.
Los que ven avanzar a quienes violan las normas, sin pagar las consecuencias, indudablemente se ven tentados a imitarlos, pues al fin de cuentas no pasa nada o se sienten como unos estúpidos que se quedan atrás por acatar las leyes.
Eso pasa todos los días, en muchas áreas, no solo en el tránsito. Los que se adelantan violando las normas sin pagar ninguna consecuencia y llegan primero, avanzan más rápido que quienes se apegan a las leyes.
He ahí una semilla fértil para el caos o para la rebelión, pues a pocos les gusta que los tomen de tontos en sus propias narices.
Si el que se fue en rojo o tomó el carril que no le correspondía para avanzar es detenido y sancionado, los que han decidido esperar el verde a guardar en su carril se sentirán satisfechos por haber cumplido las normas y podrán avanzar conforme les corresponda, por méritos o por justicia.
Esa es la semilla fértil para una sociedad organizada, respetuosa, desarrollada.