
El pasado sábado, en el hotel Catalonia Santo Domingo, tuve la oportunidad de participar en el taller “La nueva longevidad”, impartido por el doctor argentino Diego Bernardini, creador de la comunidad de aprendizaje ‘La Segunda Mitad’, actividad, organizada por la Sociedad Dominicana de Logoterapia y Tanatología, presidida por Lucetta Fernández.
Este encuentros nos dejó mucho más que información, en mi caso, reafirmó mi forma de mirar los años que me quedan por vivir.
La realidad es que salimos con una mirada renovada, compartiendo miedos y logros, y redescubriendo cómo queremos seguir vivir la segunda parte de nuestra existencia.
Seamos honestos, pocos nos detenemos a planificar qué pasará después de los 50. Trabajamos y trabajamos, cuidamos hijos, corremos tras nuestras metas y al pasar el medio siglo, a muchos solo les espera su función de ser abuelos, de asumir que “ya cumplieron”. Pero la vida no se reduce a eso, hay mucho más.
El doctor Bernardini nos recordó que envejecer no es un destino de pérdidas, sino un proceso de aprendizajes, de reinvención y, sobre todo, de disfrute consciente, compartiendo 5 recomendaciones, que ya sabemos, pero que no llevamos como brújula en este camino:
- Movernos más: el cuerpo necesita movimiento, no solo para estar activo, sino para recordarnos que seguimos vivos.
- Mantener nuestro peso adecuado con una alimentación saludable: porque el bienestar físico es la base de la energía que necesitamos para todo lo demás.
- Cuidar nuestro sueño: dormir bien es un lujo que se convierte en necesidad vital.
- Cuidar nuestra espiritualidad: que no necesariamente es religiosidad, sino cultivar lo que nos conecta con lo esencial.
- Tener claro lo que da sentido a nuestra vida: lo que los japoneses llaman ikigai, ese motor que nos levanta cada mañana.
Romper patrones
Lo cierto es que necesitamos romper el patrón de cómo se visualiza a las personas que van envejeciendo, pues no se trata de decir que los 60 son los nuevos 40 -por citar una edad-, porque los 60 son, y deben ser, los nuevos 60, una edad en la que se pueda abrazar lo que somos, disfrutar lo que hemos construido y proyectar con sabiduría lo que aún nos queda por vivir.
La meta no es alargar los años, sino llenarlos de sentido y disfrute. Saber que cuando los hijos se van o el empleo cambia, la vida no termina: simplemente se transforma. Y para disfrutar esa transformación necesitamos prepararnos, organizarnos y planificarnos.
Envejecer es inevitable, pero hacerlo con plenitud es una decisión que empieza mucho antes de que aparezcan las primeras canas.
La nueva longevidad nos invita a reescribir la narrativa del envejecimiento.