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La salud mental es un estigma que aún pesa en los campos dominicanos

En los rincones rurales de la República Dominicana, donde la tierra aún se cultiva con manos callosas y la comunidad se construye a fuerza de tradiciones, el dolor emocional sigue siendo un tema silenciado. Allí, la salud mental es muchas veces un misterio, un tabú, o peor aún: una vergüenza.

En campos de provincias como San Juan, Monte Plata, Elías Piña, Dajabón o Hato Mayor, las enfermedades mentales no se reconocen como condiciones tratables. Se ven como “cosas del diablo”, “mal de amores”, “gente floja” o simplemente como “locura”.

En muchos hogares, si un hijo llora sin razón o si un padre se encierra días sin hablar, se recurre a la oración, al aislamiento o a la negación. Pedir ayuda profesional, en muchos casos, ni siquiera se considera una opción.

La salud mental no tiene el mismo valor en todas partes

Mientras en las ciudades cada vez más personas acuden a psicoterapia, hablan de ansiedad o comparten en redes sociales su proceso terapéutico, en comunidades rurales persiste un abismo entre el conocimiento, la aceptación y el acceso.

Las distancias geográficas, la falta de transporte, la carencia de centros especializados y el desconocimiento generalizado hacen que miles de personas vivan su sufrimiento en silencio.

En nuestras intervenciones comunitarias, hemos encontrado jóvenes con síntomas claros de depresión que nunca han sido evaluados, madres con ansiedad postparto que creen que “están perdiendo la fe” y adultos mayores con trastornos cognitivos a los que simplemente se les dice que “ya están viejos”.

Muchas veces, estos síntomas terminan en violencia doméstica, abandono, alcoholismo o suicidio, sin que nadie logre identificar su raíz emocional.

El peso del estigma

El mayor enemigo en estas zonas no es la enfermedad, sino el estigma. Ir al psicólogo aún se asocia con “estar loco”. Hablar de emociones es considerado “debilidad”.

Expresar tristeza se interpreta como ingratitud. Esta cultura de la negación emocional perpetúa el dolor y bloquea cualquier intento de sanación.

El miedo al qué dirán, a ser rechazado o burlado por la comunidad, impide que muchos se acerquen a buscar ayuda. Incluso, en las pocas ocasiones en que se ofrece atención psicológica gratuita, muchas personas no acuden por vergüenza o desconfianza.

Falta de profesionales y recursos

En todo el territorio nacional hay una grave desigualdad en la distribución de servicios de salud mental. La mayoría de los psicólogos clínicos y psiquiatras están concentrados en el Gran Santo Domingo, Santiago y zonas turísticas.

En muchos municipios pequeños ni siquiera hay un psicólogo en el hospital público, o si lo hay, solo ofrece consultas limitadas y sin continuidad.

Además, no existen campañas de educación emocional en las escuelas rurales ni programas comunitarios sostenibles que enseñen sobre el valor de la salud mental desde edades tempranas.

¿Cómo cambiamos esta realidad?

Cerrar esta brecha requiere una transformación cultural y estructural. Algunas acciones urgentes son:

  • Descentralizar los servicios de salud mental, asegurando que cada provincia y municipio cuente con atención psicológica continua y de calidad.
  • Formar promotores comunitarios de salud emocional, capacitados para detectar signos de alerta y acompañar procesos básicos.
  • Implementar campañas educativas en radios locales, iglesias y centros comunitarios, usando un lenguaje sencillo y accesible.
  • Incluir educación emocional en el currículo escolar rural, adaptada al contexto sociocultural.
  • Validar el sufrimiento emocional como parte del bienestar integral, y no como una debilidad.

Historias que nos enseñan

Recuerdo el caso de Don Pedro, un agricultor de 62 años de una zona fronteriza, que llegó a consulta por insomnio crónico.

Al explorar su historia, descubrimos que cargaba un duelo no resuelto desde hacía 15 años, cuando perdió a su hijo en un accidente.

Nunca habló de eso. “Los hombres no lloran”, decía. Con terapia, logró liberar ese dolor contenido y empezar a sanar.

Como él, hay miles. Personas nobles, trabajadoras, resilientes… pero emocionalmente fracturadas. No por debilidad, sino por desinformación y abandono institucional.

El silencio no sana

Callar el dolor nunca ha sido la cura. Hablarlo, entenderlo y acompañarlo sí lo es. La salud mental debe dejar de ser un privilegio urbano.

Cada dominicano, sin importar su ubicación geográfica, merece el derecho a sentirse bien emocionalmente.

Desde Calma Alma, seguimos comprometidos en extender nuestra labor hacia donde más se necesita: donde las lágrimas no se ven, pero se sienten… y donde sanar también debe ser posible.

Les invitamos a leer: Redes sociales impactan salud mental de niños

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Andrea Belen

Psicóloga Clínica, Terapeuta Familiar Sistemática y Terapeuta Sexual y de Pareja, Directora del Centro Calma Alma

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