La Restauración: Necesaria y aún vigente

La Restauración: Necesaria y aún vigente (parte II)

La Restauración: Necesaria y aún vigente (parte II)

*Por Roberto Cassá

Para entender la dimensión de la Guerra de la Restauración de 1863 cabe insistir en que se produjo contra una potencia que tenía una prominente participación en las relaciones internacionales y que mantenía los restos de su imperio colonial en las dos islas vecinas de Cuba y Puerto Rico.

La Restauración cuestionó todo un proyecto de reconstitución del poder imperial español, por lo cual requirió de una contienda dura. Y en este sentido es que la resistencia de todo un pueblo se puso a prueba.

Así, la primera percepción que arroja este hecho fue la unidad nacional virtual que lo hizo invencible. Basta referir que España llegó a tener cerca de 40 mil hombres entre tropas peninsulares, de las dos antillas y las reservas dominicanas, frente a no más de 10 mil dominicanos en los momentos de máxima tensión de los combates.

Esta unanimidad no tiene otra explicación que el acuerdo de todos por el restablecimiento de la dignidad perdida y no sólo de intereses económicos lesionados.

Lea: La Restauración: Necesaria y aún vigente (parte I)

Particularmente es lícito presentar la contienda como un acto reactivo del campesinado frente a los mecanismos económicos de extorsión, pero también los actos de subordinación que implicaban pérdidas de derechos y situaciones humillantes.

Pero la Restauración fue más que una simple revuelta por el restablecimiento de un orden vulnerado. Fue, en verdad, la culminación del largo trayecto de la construcción de la nación porque comportó el proyecto de construir un orden nuevo.

Esto último cupo primordialmente a un agrupamiento regional de inspiración liberal que sin embargo había negociado con el agrupamiento conservador dirigido por Pedro Santana.

Estos políticos e intelectuales, como Ulises Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó, Benigno Filomeno de Rojas, Belisario Curiel, Pablo Pujols, Alfredo Detjeen y tantos otros, rediseñaron el ideal de un orden republicano que pautó la conducción de la guerra desde su instancia política dirigente.

En consecuencia, la envergadura y la propia sustancia de este acontecimiento se derivaron de la hegemonía de este conglomerado de políticos e intelectuales que obtuvieron el concurso de una porción de los jefes militares, aunque esto estuviese atravesado por factores contradictorios múltiples.

Adicionalmente resultó crucial que este núcleo dirigente estuviera en condiciones de concitar el apoyo de la generalidad de la población como hecho inédito. El contenido nacional entrañaba entonces una aspiración común de todos con la participación activa de la generalidad de la población y el liderazgo político e ideológico del liberalismo.

En otros términos, la Restauración fue una guerra campesina con un liderazgo urbano que trascendía el universo cultural de la mayoría aunque sostenido en esta última. Sólo así se entiende la potencia bélica de los dominicanos frente a un ejército bien organizado como era el español.

Es cierto que todavía existía una equivalencia de recursos bélicos que dejaba el margen para una insurrección de este tipo. Pero también la guerra fue exitosa por su contundencia social y por haberse sostenido de procedimientos que le daban curso a esta última.

Los dominicanos aplicaron un saber centenario en el orden militar que convergió con preceptos de los intelectuales que terminaron de diseñar una estrategia exitosa de tipo guerrillero.

En realidad, la Guerra Restauradora no fue sólo una guerra de guerrillas puesto que conminó movimientos de tropas regulares, líneas estables de frente y acciones guerrilleras continuas que en conjunto socavaron la potencia del ejército enemigo.

Esta determinación estuvo anclada en una voluntad puesta a toda prueba. Su principal componente fue el sacrificio atroz de casi todos los dominicanos mientras se prolongó la contienda. Hasta campeaba el hambre entre los integrantes del gobierno restaurador.

Basta referir que el arancel de la exportación irregular de tabaco por la frontera norte se elevaba a un 50 por ciento. Durante estos casi dos años el esfuerzo bélico se sostuvo gracias al trabajo de los que no estaban en el frente, especialmente las mujeres, todos vivían en condiciones de privaciones extremas por la desorganización que entraña una guerra de esta naturaleza.

La situación de los combatientes no era mejor: se sustentaban sobre la base de procedimientos accidentados, como el sabaneo o la cacería de reses mansas y cimarronas. Bonó describe al respecto un cantón en la zona de Yamasá, donde recoge que los soldados mambises vestían de harapos y cada día debían procurarse los alimentos.
Una guerra a fondo

Una contienda de esta naturaleza tuvo tales alcances que alteró los fundamentos del sistema político hasta entonces existente, basado en el protagonismo de una camarilla capitaleña de raigambre colonial.

En tal sentido la Restauración fue una guerra civil que tuvo una envergadura sin precedentes pero también una calidad inédita de corte social. Bonó resume esto de manera adecuada cuando refiere la eliminación de los sistemas de jerarquía social.

Empero, no se produjo la sustitución del viejo liderazgo conservador por uno liberal de nuevo tipo.

Los jefes políticos restauradores sostuvieron la guerra mientras duró, pero debajo de ellos se fraguó un fenómeno social y político de nuevo tipo que alteró el decurso ulterior de la vida del país.

De las entrañas de los jefes de las tropas dispersas por varias líneas de frente emergieron nuevos lineamientos de autoridad.

El Gobierno restaurador, en realidad, no controlaba a estos jefes, quienes para sostenerse estaban obligados a utilizar mecanismos sobre la marcha que ratificaban una concentración de prerrogativas en el ámbito de sus zonas de influencia.

El centralismo de los gobiernos previos, sobre todo posteriores a 1844, quedó sepultado por el caudillismo.

Durante la propia Restauración la jefatura política debió negociar con este poder de base de los generales que empezaron a esbozar con claridad intereses particulares que no coincidían con los propósitos universalistas y democráticos que pautaban el proyecto nacional.

A esto aludió Hostos, otro agudo analista de los procesos históricos dominicanos, al calificar como demagogia la acción de estos emergentes líderes militares.

No se trató de un hecho desdeñable puesto que eran esos generales quienes encuadraban la participación de la masa campesina.

Ellos mismos, salidos de las entrañas del pueblo, actuaron de forma reactiva, por lo cual no se consustanciaron de los principios liberales.

La guerra

— Sus alcances
Una contienda de esta naturaleza tuvo tales alcances que alteró los fundamentos del sistema político hasta entonces existente, basado en el protagonismo de una camarilla capitaleña de raigambre colonial.

*El autor es historiador, director del Archivo General de la Nación.

**Conferencia dictada en el Centro León, Santiago



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