Siempre he pensado que de allá donde te vayas siempre salgas con la cabeza en alto, dejando las puertas abiertas. Sé que en ocasiones es complicado cumplir con algo así, pero mientras no sean cosas extremadamente graves hay que dejar el ego, el orgullo y otros menesteres tranquilitos.
Lo digo porque nunca sabes cuando tienes que volver a tocar una puerta y porque la forma en que te comportes al salir definirá cómo lo vas a hacer cuando llegues a otro lugar.
En la vida me ha tocado en muchas ocasiones decir adiós, y en unas cuantas lo he hecho con un sentimiento de quitarme un mundo de encima, pero siempre he tratado que aquellos que dejo atrás me vean partir, si no deseándome lo mejor, por lo menos sin darles razones para hablar mal de mí.
Eso lo aprendí en mi casa, el hecho de que allá donde vayas des lo mejor, si no estás a gusto o no te lo reconocen, trabaja para lograrlo, si al final no lo consigues es momento de irte pero no por eso tienes que empezar a hacer las cosas mal, a no dedicar el mismo esfuerzo y compromiso que hasta ese momento.
Y no hablo solo de relaciones de trabajo, hablo en general, porque de la forma en que te comportas en un lado es como lo vas a replicar en otro.
La paz que te da cerrar una puerta con el corazón y la mente sabiendo que hiciste las cosas de forma correcta, no tiene comparación.
Y a la larga los que quedan atrás no tienen que importarte, pero sí lo que has aprendido y cómo te sientes respecto a eso porque es algo que te llevas contigo para el siguiente paso, y qué maravilla que sea algo bueno, ¿verdad?