La “profesión” que se paga en especies

La “profesión” que se paga en especies

La “profesión” que se paga en especies

Ser madre no es de esas profesiones por las que no recibes un salario y beneficios marginales. Tampoco es un trabajo de ocho horas, que arranca a las 8:00 de la mañana y puedes olvidar luego de las 5:00 de la tarde.

Ni mucho menos es una responsabilidad que puedes renunciar porque no te convienen los términos o no era lo que te habían “pintado” en el contrato.

Ser madre no es algo que podamos borrar porque la remuneración no es suficiente o entendemos que podemos retirarnos.

En fin, el deseo de ser madre es algo más divino, inexplicable y, si se quiere, es incomprensible. Es eso que ansiamos las mujeres de manera natural.

Dicen que está en nuestros genes, que viene de fábrica y que, en la mayoría de los casos, cuando no se logra podría sentirse cierto nivel de frustración y otras veces añoranza y pesar.

Esto último lo desconozco. No puedo hablar al respecto. Solo especulo, pues soy madre de tres hombres o “los carajos de mi vida”, como me refiero a ellos. Son mis alegrías y tristezas.

Son mi sol y oscuridad. Son mi acelerador y otras veces mi freno. Son mi compañía en la batalla. Mi orgullo, con sus imperfecciones.

Yo también las tengo y, a pesar de ellas, hemos construido nuestro mundo en base al diálogo, respeto y amor.

Si me tocara elegir las palabras que definen a la perfección nuestra relación no dudaría en decir que son esas.

Nos encaminamos a celebrar el Día de las Madres y en EL DÍA les hacemos honor al dedicarles cada día de esta semana los contenidos de nuestra sección deVida y Estilo.

Es propicio insistir que el mejor regalo que nuestros hijos pueden darnos es “ser lo mejor que puedan ser”. Así de simple. Nuestro pago llega en especies.

En esos te quiero y abrazos sin tener que pedirlos; en su atención y respeto al escuchar y hablar de nosotros a otros, pero sobre todo, en ese amor que traspasa las fronteras del tiempo.



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