Cada foro importante, reunión o extraordinaria de organismos regionales o mundiales, ha sido testigo de la insistencia dominicana en la necesidad de que la crisis de Haití sea atendida desde fuera por la imposibilidad de un abordaje exitoso desde su política y las instituciones sociales.
Razones históricas y de recursos impiden al liderazgo y las instituciones dominicanas una participación directa en la búsqueda de una solución.
El riesgo ante el que se encuentran las representaciones dominicanas, de tanto insistir en cada encuentro sobre la necesidad de un compromiso internacional firme con Haití, es que las representaciones y las naciones pasen a escuchar este reclamo como quien ve llover.
La primera vez que oímos a un presidente dominicano llamando con insistencia la atención del mundo acerca de Haití debe de remontarse a la administración de Hipólito Mejía. La última vez es de esta semana.
Ocurrió cuando el presidente Luis Abinader, en la reunión del Sistema de Integración Centroamericana, realizada en Belice, volvió sobre el caso al instar a los Estados miembros a enviar ayuda a Haití para el fortalecimiento de su Policía, que resulta incapaz e inefectiva ante un desborde de la violencia con múltiples expresiones, entre ellas las bandas armadas.
Tal vez sea pertinente referir en este punto que Haití tenía cuerpos armados con los que mal que bien iba adelante, pero fueron desmantelados a raíz de una intervención internacional.
¿Por qué intervino Estados Unidos y la ONU entonces y ahora no pueden?
Cada vez este drama es más complejo.