He lamentado mucho el hecho de que hace unos 10 años tenía el hábito de no rayar o marcar los libros cuando encontraba algo interesante. Esta acción la entendía como una afrenta, toda una falta de respeto por el autor.
Además, sentía que “dañaba” y “profanaba” a esos repositorios de ideas sobre los cuales la filóloga Irene Vallejo escribe, en su obra “El infinito en un junco”: “El libro ha superado todas las pruebas del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí”.
Como un testimonio que ha vencido al olvido –con el tiempo como principal aliado- es que hace justo 10 años abrí una obra que encontré un sábado en los estantes de librería Cuesta: Ensayo sobre el libre albedrío, de Arthur Schopenhauer, rezaba que “libre es todo ser que puede moverse conforme a su voluntad”, razonamiento que tiene una década en mi cabeza y me ha ayudado a construir y también a deconstruir mis ideas de libertad pero también las de otros. Mi principal lamento viene de que no subrayé o marqué la idea completa para contextualizar para siempre el cómo la interpreté en ese momento.
Los algoritmos se llevan nuestra libertad
Si la búsqueda de las libertades ha sido una de las principales motivaciones del hombre, no es de asombro pensar que quizás, hoy más que nunca, vivimos en una falsa libertad, rodeados de cosas –sobre todo intangibles- que nos indican qué hacer, relativizando la definición de Schopenhauer y llevándonos a preguntarnos qué quiere decir con la expresión “su libertad” ¿pero la de quién? ¿la del individuo, la de Dios, la de su líder o la del algoritmo?
Ya en otros artículos he hablado de cómo en la comunicación los algoritmos puede meternos en una burbuja de lo que entiende la “mayoría” que es lo importante o cómo la interpretación de nuestros comportamiento en la internet puede hacer que los algoritmos nos sumerja en el mundo que ellos creen que nos merecemos, tanto así que ya hoy se habla de que estamos próximos a perder nuestro libre albedrío.
De hecho, en una de sus obras Yuval Harari explica que “Cuando la revolución de la biotecnología se fusione con la revolución de la infotecnología, producirá un algoritmo de macrodatos que supervisará y comprenderá nuestras emociones mejores que nosotros mismos, y entonces la autoridad pasará, probablemente, de los humanos a los ordenadores”, lo que infiero puede significar el secuestro de nuestra libertad, interpretada en toda su literalidad.
En ese contexto, quizás el futuro cercano nos invite a tener siempre que acudir a una doble o triple verificación de la realidad, para descubrir en la de quien estamos. Lo cual advierto como imposible si nos siguen dominando las pantallas que nos presentan lo que supuestamente queremos ver, lo que nos entretiene y hasta lo que nos da placer y que nos mantienen atados sin ninguna lazo, como en el Mito de la caverna de Platón o en el 1984 de George Orwell, con su ministerio de la verdad.
Así como nuestras vidas y todo el mundo se mueve y se define por nuestras historias, por la certeza de lo que pasó, puede que como en ningún otro momento que registre la humanidad estamos más lejos de saber qué pasará con exactitud, cuál será nuestro futuro por la cantidad de probabilidades que tenemos sobre la mesa como posibles verdades, pero ahí lo difícil es saber ¿Quién y cómo elige la opción correcta?