COTEAUX, Haití. — Nathanaelle Bernard estaba en su séptimo mes de embarazo con su primer bebé cuando el huracán Matthew arrasó con su pueblo en la costa sudoeste de Haití.
La tormenta, con vientos de 233 kilómetros (145 millas) por hora, destruyó su pequeña vivienda de bloques de hormigón.
Fuertes olas se llevaron la mayor parte de sus pertenencias, incluidas la ropa y las mantas que había conseguido para su hijo.
Ahora espera ansiosamente el nacimiento en medio de las ruinas y con escasez de agua fresca y alimentos. “Siempre soñé que a mi hijo no le faltaría nada”, expresó la mujer de 19 años una mañana reciente, con su cara sudada, mientras se acariciaba la barriga. Luego de una pausa, agrega: “Fue un lindo sueño”.
Bernard comparte una casucha con cinco miembros de su familia y su precaria situación es emblemática del estado de cosas en la región de Haití azotada por la tormenta.
Casi 14.000 mujeres darán a luz en las próximas semanas y traerán al mundo bebés en condiciones muy precarias, ya que al margen de la escasez de todo el huracán creó las condiciones ideales para brotes de cólera y otras enfermedades.
Incluso en los mejores tiempos, los embarazos y los alumbramientos son riesgosos en Haití, país que tiene una de las tasas de mortalidad maternal más altas del hemisferio occidental.
Muchas mujeres de zonas rurales dan a luz en sus casas, ayudadas por parteras sin entrenamiento, que usan hojas de té, humo de cigarros o vapor.
Con la ayuda internacional, el gobierno haitiano implementó programas que ayudaron a reducir a la mitad las muertes de las madres en los últimos cinco años.
Pero 359 mujeres siguen muriendo al dar a luz por cada 100.000 habitantes como consecuencia de complicaciones. Muchos expertos temen que esos progresos fueron anulados por el huracán, que llegó a esta península el 4 de octubre.
El gobierno dice que la tormenta mató a 546 personas y destruyó cosechas y ganado que eran el sustento de familias como la de Bernard.
“Es trágico que una sola tormenta pueda acabar con tanto progreso y que en un solo día retrocedamos años”, se lamentó Marielle Sander, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Población en Haití.
En la zona afectada, las clínicas y hospitales resultaron muy dañados y hay poca medicina, elementos que contribuyen a crear lo que Sander describe como una “combinación letal”, que compromete las vidas de madres y bebés.
En el hospital general de Les Cayes, la ciudad más grande del sudoeste del país, una docena de mujeres buscaron atención una mañana reciente.
Algunas se quejaban de alta presión. Las mujeres embarazadas son afectadas en forma desproporcionada por males com la eclampsia y la pre-eclampsia, que hacen subir la presión y causan convulsiones, paros cardíacos y hemorragias.
“Antes del huracán no teníamos suficientes antibióticos y otras medicinas. Pero ahora la situación es peor todavía. Necesitamos un montón de cosas”, declaró Luciei Naomie Lafortune, jefa de enfermeras.
En Coteaux, Bernard de vez en cuando siente dolor en el estómago y se acuesta en la cama de una casita que su tío construyó con materiales que encontró después de que su vivienda fue destruida. Se encoge, cierra los ojos y toma pastillas de acetaminofeno que le consiguió una enfermera. Hace lo posible por no pensar cosas negativas.
Pero eso no es fácil estando malnutrida y con escasas defensas para rechazar una cantidad de enfermedades que están afectando a la gente, incluido el virus del zika transmitido por mosquitos, que puede causar severos defectos de nacimiento cuando la madre del bebé está embarazada. Romual Saint-Jean, de 27 años, padre del bebé de Bernard que residía en Puerto Príncipe, se fue a vivir con la muchacha en la casa del tío en otro pueblo costero después de que ella contrajo una fiebre tifoidea a comienzos del 2016. Creen que el aire salado y al ritmo de vida más pausado de Coteaux puede hacerle bien.
Ahora desea fervientemente irse con su familia al exterior, pero no tiene idea de cómo hacer realidad ese sueño. A Saint-Jean, que perdió un trabajo como traductor de portugués y creol en las Naciones Unidas, le está costando conseguir empleo.
“No veo un futuro aquí”, comentó. La joven pareja se conoció el año pasado en un “tap-tap”, como se denomina a los taxis que llevan a los haitianos a sus trabajos, al mercado y de una casa a otra. Saint-Jean le dijo a sus amigos que había conocido a su futura esposa.
Al poco tiempo, Bernard quedó embarazada. Los dos estaban contentos y emocionados, a pesar de que el bebé no había sido planeado. Ahora a Bernard le preocupa el bebé que se viene.
“Lo que más me inquieta es su nutrición”, afirmó Bernard, quien subsiste comiendo mayormente arroz, maíz y salsa de frijoles. “Mi bebé no va a ser fuerte si no como bien”. Periodistas de la AP acompañaron a Bernard a un hospital público en otro pueblo costero afectado por la tormenta, Port Salut, donde le hicieron una revisión gratis.
Pero no pudo costear una ecografía para averiguar el sexo del bebé. Algunos de los mejores momentos de la joven pareja son cuando buscan nombres. Nathandaelle asegura que no se va a llamar Fabienne ni Fabiola si es mujer porque no le gustan los nombres que empiezan con F.
Un pastor pentecostal le tocó la barriga hace poco y dijo que debería llamarse Jonás si es varón. Con algunos gestos de dolor, se levantó de un banco de madera y se preparó para la parte más relajada de la jornada: bañarse en el mar y darle un descanso a sus tobillos hinchados.
Bernard sabe que las perspectivas de su familia a corto plazo no son buenas. Sin embargo, no baja los brazos.
“Perdimos lo que teníamos. Pero no estamos perdidos”, expresó mientras se secaba en una playa arenosa. “Estamos vivos. Nuestro bebé está vivo. Y eso es lo más importante”.