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La palabra empeñada

Roberto Marcallé Abreu
📷 Roberto Marcallé Abreu

Considero el agradecimiento una de las más altas virtudes del ser humano. Incluso, el efecto que se suscita en nuestro interior eleva nuestra espiritualidad y los aspectos ilustres de nuestra naturaleza.

Es de orden que agradezca, de la manera más efusiva, a las personas e instituciones involucradas en el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura con el que acabo de ser honrado. Confieso que he sentido en mi interior la presencia poderosa de la Divinidad, del bien.

La conciencia del deber. Y las grandes tareas que nos aguardan ahora y en el porvenir. Son enaltecedoras tantas actitudes con las que he tropezado sin cesar en estos días.

Un señor que se me acerca cuando aparco el vehículo y me dice: soy su vecino y lo conocía sin conocerlo. Felicitaciones.

Personas que sonríen. Otras que me saludan o abrazan. Y ni qué decir de cuando he ido a la librería y de repente soy el centro de una tertulia donde percibo que mucha gente sabe más que yo de las tramas y personajes que he creado.

He recibido una cantidad increíble de llamadas, de correos electrónicos, de cartas y saludos. Algunos de ellos tan peculiares como el de la Defensora del Pueblo, Zoila Martínez, una dama a la que conozco desde hace mucho, y quien nos envió un bizcocho y una tarjeta en la que nos expresa su regocijo. Son incontables los hombres de letras e intelectuales con los que me he comunicado. He recibido correspondencia de varias instituciones y empresas.

Debo mencionar las atenciones del Presidente de la República y la de su ministro Gustavo Montalvo, así como del Canciller y de Alexandra Izquierdo, entre muchos.

La cobertura periodística ha sido fabulosa, fantástica.
Debo agradecer a la Fundación Corripio y al Ministerio de Cultura en las personas del amigo de muchos años Pepín Corripio y todos los honorables miembros de esa institución, así como de los rectores universitarios que nos brindaron su generoso y decidido apoyo en este logro al que he calificado como crucial; y sin lugar a dudas a José Antonio Rodríguez, un ser humano muy especial, al doctor Luis O.

Brea Franco, a Basilio Belliard y a los funcionarios de esa institución por su respaldo indeclinable de tantos años. Debo agradecer el apoyo de la prensa en los directores de sus medios, Rafael Molina Morillo, Radhamés Gómez Pepín, Bienvenido Alvarez Vega, Miguel Franjul y, por supuesto, al gran amigo José Rafael Sosa, a Alfonso Quiñones, a Lipe Collado entre numerosos periodistas.

Ahora, debo volver al trabajo, a las letras, al periodismo, a la trabajosa realidad de todos los días. Consciente de que este galardón, el Premio Nacional de Literatura, es un gran compromiso personal, social, intelectual, histórico. No defraudaré esta honra de la que he sido objeto.

Empeño mi palabra ante Dios, ante el pueblo y la tierra que nos vio nacer. Gracias ilimitadas.

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