
Los nuevos tiempos han traído consigo una serie de cambios en las personas y en su comportamiento, muchos de los cuales generan más preocupación que elogios.
El deseo de pertenecer a un mundo de fantasías, a un ambiente tóxico, pero a la vanguardia, y la sed insaciable de likes y views, tienen a mucha gente desesperada, ansiosa de hacer cualquier estupidez para llamar la atención. Un afán que no deja espacio para analizar, ni por un segundo, las posibles consecuencias.
Ya no importa destruir la moral de otro, porque ni siquiera se valora la propia. Se inventan mentiras que parecen reales, se muestran desnudos si eso los hará virales, o se exponen al ridículo con tal de sobresalir.
Hechos bochornosos ocurridos en los últimos días son ejemplo de esa degradación: la violación de dos mujeres por dos grupos de cobardes, en Santiago y en San Francisco.
Más allá de la brutalidad del crimen, sus perpetradores tuvieron el descaro de grabar y publicarlo en las redes sociales, como si se tratara de un logro digno de aplauso.
¿A quién, que no padezca un desequilibrio mental, se le ocurre difundir semejante barbarie? Paradójicamente, de no haberlo publicado, quizás el caso estaría sujeto a dudas y versiones encontradas.
Lo mismo ocurre con otro delito común en el país: los “chiperos” o “tarjeteros”.
Estos delincuentes, que se lucran robando a gente honesta, se exhiben en redes mostrando dinero, vehículos y lujos, como si se tratara de logros legítimos.
No buscan discreción; al contrario, exhiben su riqueza para atraer incautos y para frontear ante sus “colegas”.
Y mientras tanto, las autoridades miran hacia otro lado, hasta que Estados Unidos decide intervenir porque el fraude los afecta en su territorio.
Las redes son libres, y como individuos también lo somos. Pero esa libertad tiene límites: los marcan las normas sociales y la ley. Y cuando se violentan esos límites, la consecuencia no debería esperar, porque ahí entra en juego el deber de las autoridades.
En conclusión, ¿de verdad nos genera felicidad publicarlo todo, o solo estamos construyendo una caricatura digital para la mirada ajena?
Quizás la pregunta no sea cuánto mostramos, sino cuánto estamos dispuestos a perder de nosotros mismos por ser vistos. Porque en este exhibicionismo sin freno, corremos el riesgo de vivir menos y aparentar más, hasta que la vida real deje de importarnos.
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José Miguel de la Rosa
Egresado de la carrera de Comunicación Social, mención Periodismo, por la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA). Posee diplomados en comunicación política, periodismo de datos, periodismo digital, entre otros. Cuenta con más de 13 años de experiencia en el ejercicio periodístico, con ...