La obligación de debatir

La obligación de debatir

La obligación de debatir

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Las últimas semanas han traído consigo un espectáculo recurrente: la degradación de un debate importante hasta llevarlo al intercambio de cajas, cajetas y cajones.

Mientras que en otras latitudes la democracia se enriquece con la discusión franca de ideas, los dominicanos persistimos en convertir el ámbito público en una especie de mezcla de guerra de guerrillas y guerra de trincheras.

Lo hacemos a pesar de ser conscientes de la importancia de contrastar ideas, conocimientos y posiciones. Pero, vez tras vez, caemos en la tentación de plantear posiciones absolutas de las cuales solo se puede disentir desde el oportunismo o la ignorancia.

No demostramos interés en aprender del otro, sino que procuramos someterlo, ignorando sus razones y argumentos.

Esto no solo evidencia poca fe en las posiciones propias, sino también ignorancia de uno de los papeles más importantes de la democracia: crear conocimiento.

Carlos Santiago Nino, defensor del concepto de “democracia deliberativa”, entendía que uno de los principales beneficios de esta es su valor epistémico. En otras palabras, entendía que la democracia es buena no sólo porque valora a cada ciudadano, sino también porque el debate que la caracteriza nos permite aprender unos de otros.

Lamentablemente, así como estamos no aprenderemos gran cosa. Demasiado ocupados en defender nuestras posiciones contra viento y marea, olvidamos que en democracia las soluciones a los problemas rara vez son tajantes.

El consenso y las soluciones imperfectas son la esencia de este modelo que insiste en que no haya ni derrotas ni triunfos absolutos o definitivos.

El recurso a la diatriba y el uso de las acusaciones para sustituir argumentos no hacen otra cosa que dificultar y alejar en el tiempo las posibles soluciones delos conflictos.

Bien haríamos en abandonar estas prácticas, de las que pocos son inocentes y a las que muchos hemos contribuido más de lo conveniente.

Quien crea tener razón en un debate tiene dos motivos para escuchar cuando el otro habla: poder exigir luego el mismo trato y aprender siempre, incluso de los errores ajenos.

Muchas veces los clichés ilustran verdades importantes, como aquel que nos llama a prestar atención al detalle de que la naturaleza nos ha provisto de dos oídos, pero una sola boca.

Actuemos en consecuencia.

Mientras tanto, el cuerpo social debe estar atento e ignorar a quien sólo es capaz de aportar descalificaciones. Ahí no hay nada que buscar.



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