El denominado Movimiento Verde logró encarnar un sentimiento generalizado cuando en el momento más álgido del escándalo de los sobornos de Odebrecht abrazó la consigna contra la corrupción y la impunidad.
Esa proclama arropa todo el abanico ideológico.
En el pasado ocurría igual con términos como “justicia social”. Incluso, iniciativas históricamente controvertidas unían las laderas del centro. Un ejemplo de ello lo representa la Reforma Agraria, en el que solo los extremos se repelían.
La carga social de reclamar el cese de la corrupción y la impunidad unifica sectores que en otros temas son antagónicos.
Algo parecido ocurrió con el reclamo del 4% del Producto Interno Bruto para la Educación.
El movimiento por mayor inversión en la educación se aglutino en torno a un colectivo denominado “Educación Digna”. Logrado el objetivo, ese conglomerado se redujo prácticamente a un simple nombre de carpeta.
La expresión social que representa el Movimiento Verde tiene una carga política mucho mayor que Educación Digna.
Las tentaciones de convertirse en una expresión partidaria aumentan, seduciendo a individuos que añoran la izquierda de los años sesenta y setenta.
Eso hace que también aumenten los riesgos de arrastrar errores que en el pasado desconectaron a esos grupos de la mayoría.
La belleza del Movimiento Verde es ser una expresión social articulada.
Atentan contra ese movimiento aquellos que se sienten acosados por el reclamo que le dio origen y también aquellos que pretenden arrastrarlo a posturas irracionales y desconectadas del sentir nacional como las que contribuyeron a aniquilar la antigua izquierda.