El mundo futurístico retratado por el escritor británico Edward Morgan Forster en su cuento de ciencia ficción «La máquina se detiene» (1909) resulta inquietantemente familiar.
Las personas se comunican entre sí a través de pantallas, las interacciones cara a cara se han convertido en algo extraño, y el conocimiento y las ideas se comparten a través un sistema que vincula cada hogar.
Pero ese mundo no fue imaginado por un escritor contemporáneo, sino por un autor más bien conocido por sus novelas sobre clases sociales e hipocresía, como «Una habitación con vistas» (1908), «Howard´s end» (1910) —también conocida en español como «Regreso a Howard´s End» o «La mansión»— o «Pasaje a India» (1924).
La novela relata la historia de una madre y un hijo —Vashti y Kuno— que viven en un mundo postapocalíptico en donde la gente vive en cápsulas individuales subterráneas, descritas como «celdas de abejas», y cubren sus necesidades gracias a una máquina que lo abarca todo.
Se trata de un mundo en el que viajar no es muy habitual, los habitantes se comunican a través de pantallas de video y la gente se ha vuelto tan dependiente a la Máquina que han comenzado a adorarla como si se tratara de un ser viviente.
Neil Duffield, quien adaptó la historia para el escenario del Teatro Real de York (Reino Unido) dice que resulta «bastante extraordinario» la tecnología moderna que precide la obra y cómo analiza los efectos que esta tendrá en los usuarios.
«Habría parecido muy descabellado en ese momento, cuando la gente ni siquiera usaba teléfonos. Y eso lo hace más relevante ahora que en su época; estaba anticipando tecnologías como Internet y Skype», dice Duffield.
«Y predijo con impresionante precisión el efecto que la tecnología tendría en nuestras relaciones personales, en nuestros cuerpos y en nuestra filosofía y cultura».
«Es una advertencia para nuestros días sobre todo a lo que nos estamos exponiendo», sentencia el dramaturgo.
Esclavos de la tecnología
La directora de la obra, Juliet Forster (que aunque comparte apellido no tiene relación con el autor), fue quien presentó la obra a Duffield para que la adaptara al teatro.
Forster dice que se sintió cautivada por la novela a fines de la década de 1980 y «año tras año, gana más relevancia».
«Predijo toda esa tecnología, y cómo los humanos reaccionamos a ella; eso es lo que me fascina», admite.
«Plantea la pregunta sobre cuán lejos vamos a llegar para permitir que la tecnología sea en lo que confiamos para funcionar».
Howard Booth, de la Universidad de Manchester, experto en la obra de Forster, asegura que aunque la historia es fascinante, sus ideas sobre la naturaleza humana son más importantes que las predicciones tecnológicas.
«La gente lo lee y dice: ‘Mira, hubo alguien que hace más de 100 años imaginó el mundo de internet y los celulares inteligentes y muchos de los problemas a los que nos enfrentamos por vivir inmersos en la tecnología y no prestar atención al mundo que nos rodea'».
«Forster no fue un gran futurólogo —la tecnología de «La máquina se detiene» no se parece tanto a nuestra tecnología de hoy día—, pero sí comenzó a ver los problemas que esta acarrearía, y que lo que está ahí para, supuestamente, ayudarnos a desarrollar ciertas tareas puede convertirse en algo que necesitamos para vivir y de lo que no podemos prescindir».
Temas recurrentes
Duffield está de acuerdo en que el interés real de la historia radica en lo que revela sobre la naturaleza humana.
«Es una historia muy personal. Solo hay dos personajes principales, una madre y su hijo, que se comunican a través de lo que hoy conocemos como Skype», dice Duffield.
«Eso es fundamental en la historia, la relación entre ambos, y lo verdaderamente genial de la obra es cómo logra explorar el impacto en la sociedad de este tipo de tecnlogía tan solo a través de dos personajes».
Según Julie Forster, «la relación entre lo material y lo espiritual» se vincula con otras obras más conocidas del autor.
«El drama entre restricción y libertad; la búsqueda de un equilibrio entre la naturaleza física y espiritual; la necesidad de conectar con todas las clases sociales y pueblos. Todas esas cosas las encuentras en su obra pero escritas de manera completamente diferente», dice Forster.
De acuerdo con Booth, el cuento de ciencia ficción de E.M. Forster, que tiene 12.000 palabras, «es bastante similar a muchas de sus historias cortas, que a menudo contienen un elemento de fantasía».
«Solía escribir cuentos con tintes de ficción. En «El ómnibus celestial» (1911), por ejemplo, se imagina ascendiendo hacia el cielo y encontrándose con otros escritores», explica el académico.
Mundo maquinal
Booth también tiene una respuesta a por qué Forster decidió escribir una historia de ciencia ficción.
«Y esos problemas de la vida moderna también estaban impidiendo que las personas conectaran entre sí».
«También es una reacción a una visión eufórica sobre la ciencia y el progreso que, junto a otros escritores de su época, asocia especialmente a H.G. Wells».
El académico destaca «un hito muy específico» que ocurrió ese mismo año: el aviador francés Henri Farman, «la primera persona en manejar una nave más pesada que el aire (no un globo aerostático o un dirigible) y hacer un recorrido y aterrizaje».
«A diferencia de los hermanos Wright, que despegaron y se chocaron contra el suelo, esa fue la primera vez que alguien probaba que se podría viajar por el aire y hacer volar una aeronave».
«Puede que eso no parezca gran cosa para nosotros, pero para Forster sugería que estábamos al borde de un mundo maquinal».
«Temía que las máquinas se hicieran con el control y de eso habla ‘La máquina se detiene’: de personas que pierden la conexión con la vida y con el mundo y que viven a través de las máquinas».