Los presupuestos generales de los últimos doce años han sacrificado otros renglones para, dando cumplimiento a la asignación del 4 % establecido por ley, inyectar cuantiosos recursos al sector educativo.
Pero a más de una década los resultados no han sido los esperados. Algunos sectores entienden que el incremento de las inversiones financieras en educación, que pasaron de RD$22,060 millones, en 2012, a casi 300 millones en 2024, lejos de generar avances, lo que ha hecho es fomentar el dispendio.
Otros abogan por una reforma integral, un cambio del modelo, que individualice los aprendizajes al ritmo de cada estudiante.
En principio se apostó a que éste incremento progresivo de recursos colocaría a República Dominicana al nivel de las mejores educaciones del mundo. De Singapur, Japón o los países bajos.
Pero todos los estudios que se hacen la colocan entre los peores valorados de América Latina y el Caribe. En uno la gran debilidad siguen siendo las matemáticas y la consolación una leve mejoría en lectura.
Otra forma más cruda y directa es ver cómo cada cierto tiempo las redes sociales viralizan vídeos que ponen al desnudo lo que se vive en el día a día de los centros públicos.
El sistema parece resistirse. No se acopla a la espiral de los avances tecnológicos globales. Todo cambia y se transforma, hasta los modelos de los automóviles, pero con la tiza y el pizarrón no ocurre lo mismo.
La inyección de recursos no ha logrado modificar métodos, modelos y procedimientos tradicionales, que si bien funcionaron siglos atrás, hoy día se consideran obsoletos.
En vez de ser atractivos, obstruyen el aprendizaje.
La influencia de un mundo virtual multimediático, que condiciona la forma de vida de los niños y adolescentes, dista mucho del ambiente que se vive en las aulas.
Es poco o nada lo que ha mejorado el currículo en los últimos años, en este y otros países. Y las evaluaciones por competencias, aspectos fundamentales en las discusiones y debates pedagógicos, generan contradicciones entre los docentes.
Los estudiantes mantienen sus estatus de muebles de varias gavetas, donde los profesores, como les permite su condición, archivan material teórico y práctico diariamente.
Es una interacción que no se responde con la realidad de hoy ni del futuro del educando. No se enseña a crear riqueza, sino a engavetar conocimientos. Esto empuja a los estudiantes a buscar respuestas a sus inquietudes a través de otros medios.
Las expectativas que no les facilita la escuela las compensan con los artificios de la Web. La gran mayoría, cuando llega a las aulas está más actualizada que sus instructores. Básicamente por el fácil acceso y apego a las redes y plataformas de Internet.
Además de las evaluaciones por competencias y de asignar presupuestos acordes con necesidades y resultados específicos, que permitan controlar el dispendio, la educación de nuestros hijos no debe ser compartida con las familias, las organizaciones comunitarias y el personal docente.
Que la calidad educativa siga siendo prioridad. Pero bajo mecanismos de evaluación y desempeño periódicos; más efectivos.