La muerte de Mateo Aquino Febrillet

La muerte de Mateo Aquino Febrillet

La muerte de Mateo Aquino Febrillet

Wilfredo Mora

Alguna vez hemos hablado de los dogmas de la realidad jurídico-penal, y, por qué no, también de su irrealidad. Uno, en particular: sin la confesión, la condena de un delito es arriesgada.

Como ha transcurrido mucho tiempo de creer este falso axioma, la realidad de un crimen ya no genera errores, pues como dice Gregorio Marañón, “de todas las realidades del crimen, las menos importante es la que psicológicamente proporciona la confesión”.

Toda confesión que no es espontánea (como la que se ofrece ante Dios), sufre el artificio de argüir exceso de culpa o exceso de disculpa.

He aquí un caso terrible de violencia homicida, que no puede depender de la confesión vertida por las mismas personas que bajo la pasión de una disputa política todavía continúan acusándose mutuamente de no tener responsabilidad en la muerte del entrañable catedrático, ejemplar ciudadano y decente servidor público, el hoy malogrado Mateo Aquino Febrillet.

La respuesta a este crimen hay que buscarla en los cómplices, en los medios de prueba que va a disponer el investigador policial, el fiscal, que según el pensar de Anaxágoras, afirmaba que “pensar un suceso es dominarlo desde afuera”.

Se necesita un nombre, que es el autor material del suceso y la más urgente confesión. Pronto lo vamos a ver, pues este crimen se fue al extremo, donde es fácil poder descubrirlo.

Para eso están las ciencias que sirven para descubrir los crímenes; no ha de insistirse en confesiones acusatorias.

Mateo (fuimos muchos años docentes en la UCSD, y un día desde allí nos anunció que se convertiría en el rector de la UASD, su madre nutricia) será en esta contienda electoral las más difícil de sortear de todas las víctimas de la violencia política, que apenas empieza.

Esa violencia que cuando no arrebata vidas valiosas, despoja, aplasta y oprime al débil, al simple ciudadano que mantiene distancia de la forma en que el poder muestra su paso por el Estado está afectando seriamente la vida social.

Debemos tener cuidado con los políticos; ellos mismos no se dan cuenta de que la violencia es la ley de los brutos. Por eso, debemos preguntarnos nosotros, quiénes son hoy estos nuevos candidatos, por qué de tan baja ralea, tránsfugas, imantados de ambición material. Debemos cambiar nuestros políticos, para que esta desgracia no vuelva a repetirse.

Agradecemos al querido maestro, exrector, su ejemplo de vida institucional. Le decimos: misión cumplida, nos alienta contar con el recuerdo del amigo, el maestro y el ejemplo de académico que nos merecemos. Ojalá la reaparición de los Anales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo evidencie que su gestión universitaria fue positiva y merecedora de recordación, sin importar la asfixia moral en la que está sumida la academia.



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