La muerte de Alfredo Zitarrosa

La muerte de Alfredo Zitarrosa

La muerte de Alfredo Zitarrosa

Wilfredo Mora

Mi hermana Lilly, la ingeniera de la casa, me introdujo a las canciones de Alfredo Zitarrosa, el año mágico cuando partí a Rusia.

Año de alambradas culturales, en Argentina, y en mi país, una gran poblada que cobró muchas vidas.

Ese mismo año murió Michel Foucault, en París; es decir, que fue un tiempo muy favorable y tormentoso a la vez. Los sastres de mi país oían tango y milonga y anhelaban conocer la tierra de donde surgía esta melodía.

Alfredo Zitarrosa retornaba al Uruguay, en 1984, como un héroe nacional. Fue un poeta, compositor, cantautor, con canciones propias, que en realidad son vistas como poesías. No fue instrumentistas de las canciones que escribió; solía decir, “la guitarra era la madre de mis canciones”.

Y no le agradaba que lo valoraran como escritor, a pesar de la publicación de algún libro suyo, donde se recogen algunos cuentos, escritos periodísticos y entrevistas. Aquella vena de poeta, de cantor que “escribía con la voz”, por el carisma personal con que lo hacía, las agrupó en su obra “Crónicas” (Entrevistas para “Marcha”, 1966), con epígrafe de Eduardo Galeano; éste dijo que gracias a que esas canciones nacieron, “nos ayudan a conocer al autor, tanto o más que a los personajes que entrevista”, indicando que Zitarrosa es “el dueño de la voz que nos cantó”.

Nació y murió en Montevideo (1936-1989). Su verdadero nombre fue Alfredo Iribarne, apellido que corresponde de su padre que los abandonó en los primeros años de vida. Su madre se vuelve a casar y adopta el apellido de Zitarrosa. Su vida de cantor fue tan dura como lo reflejan sus canciones más conocidas.

Compositor, maestro del canto popular, no de la canción política, como dicen algunos.

Él mismo declaró alguna vez: “mi única función es cantar”; fue un intelectual coherente, tanto por lo que cantaba en los escenarios como por lo que vivía fuera de ellos. La forma de armar sus canciones, con sus músicos, era casi una regla que la historia, las figuras de su tiempo, que luchaban por el cambio político, aquellos que eran importante en ese momento, se metiera en su canciones y fueran sus protagonistas.

De joven vivió en diferentes pueblos e incursiona en el teatro y en la locución. De esa primera etapa datan sus labores de periodista en el Semanario Marcha. Salió de Montevideo a Perú, en 1961, donde empezó a cantar obligado y empujado por las muchas necesidades. Allí malvivió y cantó en un programa de Chabuca Granda y de Radio Altiplano, en Bolivia. En medio de esa situación de exiliado se descubre como cantor popular.

Sin duda, es entre 1973 y 1984, el repertorio de las mejores canciones de Alfredo Zitarrosa. Fueron los años de duro exilio. Sus canciones se prohibieron por decreto.

El 31 de marzo de 1984 regresó a su país; lo hizo desde México, que fue la etapa final de un exilio de más de una década y por varios países. Este año se cumplen 31 aniversarios de su partida.



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