Los primeros aires de modernidad, a partir del racionalismo del siglo XVII, arrastraron consigo, en materia de espíritu, no solo el avance en las esferas de la economía, la política, las ciencias, la filosofía, las artes, sino también, aquello singularmente intangible, pero esencial a la modernidad misma, como lo es el conjunto de actitudes y emociones que van desde el arraigo en una perspectiva autocrítica, incluso de la modernidad misma, hasta el descontento, la incertidumbre, la nostalgia y, especialmente en las almas más sensibles y agudas, la melancolía, la angustia, el temor.
El vocablo latino “melancholia” proviene de los términos griegos “melas”, que significa negro o triste, y de “kholis”, que significa bilis o cólera (melankholía). La expresión “bilis negra” deriva del latín “atrabilis” o “atra bilis”, que tiene por igual significado, tanto la melancolía misma como el acceso de locura. Con Hipócrates y Galeno, la “atrabilis” o humor negro pasa a ser uno de los cuatro humores fundamentales, conjuntamente con la tristeza y las cualidades de frío y caliente.
Se hablaba de la bilis amarilla, la sangre y la pituita, en calidad de los tres humores complementarios. Un desequilibrio en el balance de estos cuatro humores (“dyscrasia”) era causa de enfermedad.
De ahí que en la Antigüedad se padeciera el humor de la bilis negra.
La primera entrada para esta palabra en el Diccionario de la Lengua Española la explica como tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, originada por causas físicas o morales, manifestándose en quien la padece como falta de gusto o diversión ante todo.
Su segunda entrada, cifrada en el ámbito médico, le da el sentido de monomanía en que dominan las afecciones morales tristes.
Aristóteles es el precursor de la asociación de la melancolía al genio; también al vino. De aquí parte el pensador mexicano Roger Bartra (1942), para la publicación, primero, de su ensayo titulado “El duelo de los ángeles.
Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno” (Pre-Textos, Valencia, 2004), y segundo, más recientemente, su continuación, en cierta forma, que tituló “La melancolía moderna” (Pre-Textos, Valencia, 2019). Admite, en este último, que luego del primer ensayo, se abrió ante él un canal de comunicación con otros territorios culturales, sin que pudiera resistirse a la tentación de continuar el viaje por ese antiguo río negro que se interna en los ámbitos de la modernidad de los siglos XX y XXI; esa que, producto de los avatares del capitalismo tardío y la globalización, hoy día denominamos hipermodernidad.
Preocupa al sociólogo y antropólogo de la Sorbona de París la agudización neuronal en el cuerpo social generada por las melancolías, depresiones, ansiedades y tristezas que tiene su fundamento en este mundo líquido, fracturado e incoherente en que vivimos. Se trata de flujos o fluidos intrigantes, producto del spleen, la acedia o pereza angustiante con que el sujeto hipermoderno, ahora con el ingrediente de la pandemia de la Covid-19, debe afrontar su estilo de vida, la hipocresía social, el consumismo, la cultura del desecho, las fracturas populistas de la democracia y la aceleración de la revolución tecnológica y la digitalización.
Para explicar el origen del tormento en mentes creadoras o geniales de la modernidad, Bartra cuestiona y transgrede la idea freudiana de que la melancolía tiene su origen en la pérdida del objeto amado, ocasionando parálisis creativa.
En realidad, el doloroso trabajo de duelo ha fortalecido y estimulado, a través de la historia, el trabajo del artista o intelectual.
“paradójicamente, la misma pérdida del objeto erótico crea un objeto artístico”. Pensemos en artistas como Miguel Ángel, Rafael o Goya, escritores como Novalis, Poe, Kafka o Beckett, y filósofos como Kierkegaard o Nietzsche.