Confieso que tengo envidia. Sana, eso sí. Pero envidio a esas personas que son capaces de disfrutar cada cosa que hacen, por pequeña que sea y que lo hacen genuinamente y no por aparentar esa felicidad.
Me dirán que eso es imposible, pero no lo es, hay personas que lo consiguen, no sólo porque su personalidad es optimista sino porque trabajan y se enfocan en eso.
No es que esta actitud llegue de la nada y que haya unos elegidos que lo logran, es que se trata de actitud y acción.
Y aun teniéndolo tan claro no es tan fácil de conseguir.
Tendemos a tener miedo de ser felices, es como si serlo y manifestarlo llamara a que algo malo puede pasar.
Solemos, por naturaleza de supervivencia, siempre ver la parte mala o negativa de algo para estar preparados.
El problema es cuando esta gana y no deja ver todo lo positivo. Dejamos que los demás nos influyan y sus actitudes marquen nuestros estados de ánimo.
Y el estrés por hacer cosas, lograr cosas y mirar hacia el futuro sin disfrutar el presente es algo extremadamente común.
Luego están esas personas que disfrutan el presente y cada cosa que les trae, le quitan el poder a los demás de influirles y sin dejar de tener los pies en el suelo siempre ven el lado bonito de las cosas y de las personas.
Esas para mí son las personas que han encontrado la llave de la felicidad, algo que es verdad que son los momentos no continuos, pero esa suma de instantes es lo que hace que el día acabe poniendo la cabeza sobre la almohada con una sonrisa y cuerpo relajado y no con un ceño fruncido y el cuerpo en tensión.
Cada día trato de ser como ellos.
¿Te animas?