La ley como estorbo

La ley como estorbo

La ley como estorbo

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Existe una frase de autoría discutida, pero que resume perfectamente la forma en que solemos relacionarnos con los ordenamientos jurídicos.

Dice: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”. En apenas nueve palabras se sintetiza la causa de buena parte de nuestros fracasos como sociedad. Somos muy propensos a olvidar que para cumplir su función de ordenar la convivencia pacífica en sociedad, las leyes son de aplicación general.

Es decir, se aplican a todos por igual. En nuestro imaginario, la ley se cumple y es buena cuando los resultados se alinean con nuestras preferencias. El resto del tiempo conviene ignorarlas.

Esto se concreta de múltiples maneras. Por ejemplo, cuando celebramos intensamente la aplicación de la ley penal a unos, pero nos hacemos la vista gorda a las faltas de los nuestros.

O, relacionado pero inverso, cómo ignoramos olímpicamente el derecho al debido proceso de las personas cuya culpabilidad deseamos.

Y así con todo. Nada de esto es sostenible en el tiempo puesto que las personas pasan y las leyes quedan, y tienen que seguirse aplicando. No podemos fundamentar la convivencia pacífica en la pretensión de que las normas son sólo para los demás.

Esta incoherencia es incompatible con la ya mencionada aplicación general de las normas y, por vía de competencia, también es incompatible con una sociedad democrática en la que todos tenemos los mismos derechos y deberes. Esta actitud no es monopolio de un grupo, sino que la llevamos todos como la proverbial viga en el ojo. Y eso nos hace daño. Hay que detenerse, pensar.

Cuestionarse sobre si se está siendo excesivamente estricto con algunos o excesivamente laxos con otros. Al final, la naturaleza fluida de las sociedades contemporáneas nos obligará siempre a ver los problemas hoy desde una acera, y mañana desde la contraria.

Por eso debemos cuestionarnos si nuestra actitud fuera la misma, o por lo menos similar, en ambas circunstancias. No es que nos esté prohibido cambiar de opinión, sino que esa opinión no debe ser caprichosa. Esta coherencia ciudadana es la que hace posible la existencia de un Estado de Derecho. Lo demás es ilusión.



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