A propósito de la celebración del medio siglo de la apertura del museo instalado en la Casa de Tostado, dedicado a reflejar el modo de vida de las familias dominicanas del siglo XIX, acomodadas, pero austeras, en sus costumbres y vida íntima, por ser este un país, recién salido de una oprobiosa invasión.
Este museo fue instalado en el que fuera un palacete edificado, a comienzos del siglo XVI, por el escribano Francisco de Tostado, dueño de varias propiedades, en la incipiente capital del Nuevo Mundo y de ingenios azucareros.
Existe en la sala de mimbres de la Casa de Tostado, un cuadro de buen tamaño. Es un óleo sobre tabla que conmemora “La adoración de los Reyes Magos”.
El cuadro, de autor desconocido, aunque muchos entendidos lo atribuyen a Juan de Juanes, presenta a los Reyes arrodillados delante de María quien sostiene al Divino Niño en su regazo. Los Reyes Magos, a la izquierda de la composición, hacen su ofrenda de oro, incienso y mirra.
En el centro de la pintura, una figura arrodillada y con una mano en tierra, se encuentra en ademán de avanzar hacia el Niño. Es un anciano de luengas barbas blancas, vestido con una túnica que le cubre parte del cuerpo, mientras el brazo que se apoya en la tierra, el hombro y parte del torso, están desnudos.
En primer plano justo delante del personaje de las barbas blancas, la base de una columna dórica, delata el origen renacentista del cuadro.
En el ángulo derecho, Melchor, el rey negro, camina hacia el lugar en donde se encuentra el Divino Niño, con su ofrenda de mirra en la mano.
La otra mano del personaje, sujeta la amplia túnica. Sus morenas piernas desnudas, surgen de altas botas, similares a aquellas usadas por los moros.
Composición
Detrás suyo, dos personajes conversan con un tercero que se encuentra de espaldas. El primero de ellos esta vestido con un traje a la usanza del siglo XV.
En tanto que un esclavo, desnudo de la cintura para arriba, lo hala. Un soberbio caballo tuerce su magnífica cabeza blanca. La destreza de la composición, de gran vitalidad y movimiento, llega aquí a su punto de más alta perfección. Se trata de un caballo pintado por mano maestra. Ningún pintor de menor rango hubiera sido capaz de ejecutar tan soberbia cabeza. Detrás viene la caravana de hombres y animales que se pierde en lontananza.
En tanto que la pintura esta iluminada con una luz clara y brillante en torno al Niño y los Reyes Magos, el fondo y el cielo a lo lejos, son oscuros y sombríos. La pintura es una soberbia paleta de amarillos que producen la sensación de luminosidad y riqueza que contrasta con el suelo oscuro y el cielo plomizo.
San José, colocado detrás de la Virgen, de pie y con actitud seria y pensativa, está enmarcado por las líneas geométricas del establo.
A la izquierda, los ángeles se asoman a contemplar la escena de regia pleitesía. La Virgen envuelta en ropas oscuras, contempla al Niño Jesús en su regazo, cuyo desnudo cuerpecillo, destaca sobre la ropa materna, como una exquisita joya, sobre terciopelo oscuro.
“La adoración”, uno de los más bellos cuadros que existen en el país, fue comprado por el entonces presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, quien, seducido por la belleza de la tabla, la adquirió personalmente, en Montecristi, para el Museo de Tostado. La tabla fue restaurada por Julio Llort.
Época y tamaño
La pintura no tenía un marco apropiado por lo que se buscó, en Europa, uno que fuese de la misma época y del tamaño apropiado.
La empresa, bastante complicada, fue llevada a feliz término por el arquitecto Cristian Martínez, quien localizo el marco perfecto en una casa de antigüedades de Roma. Se trata de un marco de madera tallada en tres cuerpos, divididos por espacios lisos.
La talla consiste en motivos vegetales, conchas y acordonamiento. El rico marco complementa perfectamente la hermosa pintura.
Personajes
—Reyes Magos
El personaje central de barba blanca, seguramente el ofrendante, presencia de esta forma eternamente, la llegada de los Reyes Magos, cuando entregan sus regalos al Niño Jesús, en tanto los ángeles del cielo contemplan el homenaje y María y José, protegen al Niño.
*Por MARÍA CRISTINA DE CARÍAS, CÉSAR IVÁN FERIS IGLESIAS Y CÉSAR LANGA FERREIRA