Irse más de 300 años atrás, digamos que a la primera década del siglo XVII, a recoger la protesta de la ciudad de Santo Domingo presentada por el alcalde Francisco Pimentel y el regidor Baltasar de Sepúlveda, o a recoger la sublevación de Fernando Montoro (Manuel Arturo Peña Batlle, Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana, Pág. 67) como una muestra de las raíces de la dominicanidad, es una aventura intelectual interesante, pero ilusoria.
La mejor manera de verlo acaso sea como lo ha hecho Marcio Veloz Maggiolo en su ya citada Historia de la cultura dominicana: momentos formativos, en la cual lo trata como un asomo de identidad (Pág. 95). Esta, desde luego, es una identidad con la tierra en la que se ha nacido, con el entorno material de España del que deriva la seguridad personal, los negocios, las relaciones humanas y parentales. Doscientos años después de estas valientes reacciones fue librada una guerra contra la ocupación francesa para traer a España por los cabellos y verla convertida en una bobería.
Esta mirada hacia atrás no es inútil. Le deja ver al interesado la sinuosa ruta del criollo de Santo Domingo (no sólo el descendiente de españoles, que es como suele vérsele; también de negros y de aborígenes), espoleado por las vicisitudes de su historia, hasta concluir en el dominicano del siglo xix, que terminó de perfilarse bajo la presión de la anexión haitiana.
Dos siglos después de las despoblaciones la dominicanidad era todavía un sentimiento sin una base material sostenible.
El examen del espíritu dominicano a la luz de los acontecimientos de 1821 y 1822, cuando nació y fue yugulada la independencia de Núñez de Cáceres, deja ver unas bases endebles de la dominicanidad. ¿Y qué tal sería dos siglos antes? La defensa de intereses, la renuencia a someterse a una orden como la impartida por el gobernador Antonio Osorio para erradicar el contrabando en la banda del norte y el suroeste de Santo Domingo en el año 1606, ¿pueden ser consideradas expresiones tempranas de la identidad nacional?
La declaración de independencia del 1 de diciembre de 1821 tiene hoy día un carácter histórico, es decir, está documentada y se le atribuye una relevancia específica por los hechos que le siguieron como consecuencia.
En su momento tuvo efectos administrativos y políticos de carácter local e internacional, ninguno de ellos provenientes de España, la que acaso se sentiría descansada al ser librada de una colonia de la que ya se había desembarazado 26 años antes con el tratado de Basilea; colonia problemática por el hecho de compartir la isla con el Estado haitiano, sobre el que Francia se sentía con derecho y con intereses, y por haber sido abolida la esclavitud en el oeste, de donde le fue impuesta por Pétion a Bolívar como compromiso, un hecho que le haría a España muy complicada la explotación económica sobre la base de estas relaciones de producción propias de su política colonial.